El mejor gesto de amor fue una sonrisa,
te la ofrendé en la madrugada prístina,
amor del bueno,
amor del tuyo,
y en la filosofía oriental de tus ojos
hallé el bosque y su caudal
en el intersticio del sendero roto.
Deseabas irte lejos,
escapar del mundo miserable y loco
y al resguardo de la lluvia
nos amamos en un cuarto de precarios adornos.
Fui una hetaira contigo,
me bebí a sorbos tu piel,
me embriagué en tu elixir encantado,
saboreé tu fresa degustosa
provocando al tipo duro
que me sucumbió en una locura incestuosa.
Tu recuerdo persiste a estas horas,
el diluvio no ha cesado de misericordia,
y el gris de los días reforzó el arco de Iris
de tu aura majestuosa.
Retrasabas tu paso para contemplar mi andar,
me presionabas en un rincón
mientras que mi sonrisa enamoraba tu orfandad,
besándome las heridas y trayendo a mi vida la calma,
acariciamos la desnudez morena
ante la mediocridad de un mundo
que acontecía en las periferias.
Corazón de plebe,
tuve que irme, nene
con trazos de nostalgia en mi mirar,
con la precipitación de felicidad en un arrebato final;
tuve que irme
y cargué en la mansa pasión con tus besos,
como el peregrino su credo,
como el poeta al verso.
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