El pollito amarillo.
Érase un pollito amarillo muy glotón, que no paraba de engordar. Tragaba, tragaba y tragaba... como un pozo sin fondo.
Siempre subido en alto, en cualquier estante, sin decir ni pío. Costaba hasta moverlo de lo gordo que se había puesto el tío. Perplejo lo mirábamos, y era evidente que tenía un problema de sobrepeso.
Un día José Miguel, un niño de 12 años, le daba lástima el estado en que se encontraba el pollito, y se le ocurrió hacerle una reducción de estómago. Una operación de altísimo riesgo hace 40 años.
Así que cogió una horquilla grandota, de las que usaba la abuela para el moño, y realizar la operación. Una, a una, fue sacando todas las moneditas de la hucha pollo por la ranurita.
----FIN (o); que se quedó el pollito. Jah!
Ya se extrañaba mucho nuestra madre, al vernos masticando chicle y golosinas a todas horas. Sí que estiran mis niños una peseta, se decía. Tanto como mi hermano mayor, una horquilla de alambre que manejaba con destreza.
Ahora trabaja en hacienda con Montoro (Ministro de hacienda y recaudación).
Moralejas:
-Engorda el pollo/a lo justo y necesario.
- Hay niños que ya apuntan maneras desde pequeñitos. Te vacían la cartera, poquito a poco, como al contribuyente.
Pd.- de la paliza que recibimos, ya ni me acuerdo. Sólo recuerdo las pompas de chicles Cheiw y de los Boomer de entonces, por el tema de ALTO SOBORNO. |