Le gustaban los rudos y ni ella misma sabía porque se sentía atraída hacia estos hombres, pues su belleza le permitía atraer a todo tipo de seres humanos, algunos con más alma que músculo. Pero no, los rudos eran su debilidad, a pesar que muchas veces le hicieron pedazos el corazón, apenas salía de un rudo ya estaba buscando otro más rudo, no se si era un problema de satisfacción sexual o un acto de masoquismo. No le importaba que los rudos fueran feos o con cara de ángeles. Pero todos la llenaron de tristezas.
Un buen día encontró un buen rudo, ella de solo imaginarse lo que haría con él, suspiraba, soñaba, su imaginación iba a más de cien. Ella se imaginaba paseando con él, despertando la envidia y los celos de todas las mujeres, que solo al verlo se derretirían cuando pasaba por donde se encontraban, hasta los esposos de estas mujeres sentirían celos de aquel rudo, que sin esfuerzos estaba rompiendo corazones.
Había unas mujeres que de solo oler sus perfumes que daban en un éxtasis prolongado, otras se imaginaban con él rudo en la cama, gemían cuando las desvestía, cuando las besaba, cuando las poseía, unas gritaban, otras lo incitaban a que se quedara más tiempo sobre ellas. Otras pedían más sexo, pero solo hubo una que lo vio y siguió como si nada, como si no existiera, como si fuera el hombre invisible, que todo lo ve pero que también lo ignoran.
Después de poco tiempo llegó la primera noche en la que aquella mujer iba a estar con el rudo, se imaginó los mejore momentos al al lado de aquel galán de telenovela, pues tenía los ojos y la cara de superman, hombre de pelo en pecho y talla 49 de zapatos, se imaginó todo lo demás, sobre todo cuanto mediría su miembro y la boca se le hizo agua, se erizó de tanto pensar en esa faena amorosa, suspiró y gimió antes de tiempo y cuando esperaba que él la tomara, el rudo se convirtió en una dama.
AUTOR: PEDRO MORENO MORA
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