Desperté con la conciencia del peso de la historia en mi sangre.
Con la certeza silenciosa de la inmortalidad en los químicos que conforman esta voz ronca y estos labios gruesos.
Vi los dedos del Sol hundirse en la Tierra húmeda, lujuriosos entre las nubes. Los dedos de un amante que da vida y destruye.
Supe de pronto que la vida era un paroxismo que rayaba entre el más cruel dolor y la más dulce de las contemplaciones.
La historia de mis genes me habló de otras mañanas así de límpidas, de otras montañas más altas, dolorosas punzadas de recuerdos heredados
Así que no importa si desprecias estas manos. Son más viejas y más fuertes de lo que puedes comprender. Fueron hechas para las caricias y la espada. Forjadas en el horror indecible, en la hambruna, la peste y la desidia.
De tan lejos vine a ser testigo de tu cielo! De como la luz arrancaba pequeños destellos dorados a tu barba incipiente, a los vellos de oro de tus brazos. Vine de tan lejos en el espacio y en el tiempo a verte como nadie nunca te vio, con mi ojo pardo que es cincel, martillo, pincel y pluma. No es tuyo ese color que hoy ostentas, lo pinté yo en tu rostro anguloso, más la obra siempre sobrevive al artista y así mismo tu serás después de mí, cuando el fuego de mi odio se extinga.
Soledad es el precio de esta locura, amor perdido, amor de otra.
Y estoy dispuesta a pagarlo