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Y fue así como sucedió, apareció caído, herido, muriendo frente a su ventana. Y fue allí donde ella lo vio por vez primera. Y sus ojos se llenaron de lagrimas y su alma de piedad. Ella lo tomo con delicadeza extrema entre sus manos suaves y blancas, que se tiñeron lentamente con la sangre que le brotaba del corazón, y que se deshacía por las lagrimas que nacían en sus ojos. Ella lo abrazó y lo empapó de amor y esperanza. Le dio calor y le devolvió el deseo de vivir. La esperanza de volar nuevamente. La idea de que talves estar vivo no sea un solo y continuo acto de juntar derrotas y desilusión. Ella lo amó y el la amo mas aun.
Y su convalecencia duro meses, en los cuales todo día se demostraban un amor creciente y reciproco. Estaban silenciosos, solo mirándose, solo observando los movimientos el uno del otro. Y un día él volvió a cantar, y canto con timidez en un inicio, y con fuerza creciente a continuación, elevando cada vez mas la voz. Volvía a cantar para ella, en un acto que para él era de entrega absoluta y que rompía la promesa efectuada a sí mismo años antes. Y ella así lo entendió, y sus ojos se inundaron de ternura y agradecimiento. Y se amaban, todos los días, todos los minutos, toda la eternidad que parecía haber sido inventada solo para que ellos dos se amasen por siempre.
Y termino su convalecencia, sus alas sanaron y su corazón también, las fuerzas estaban en todos y cada uno de sus miembros antes entumecidos y semi muertos. La vida lo recorría y ella estaba satisfecha. Lo había salvado y lo había amado, y amándolo ella se daba cuenta de que debía dejarlo ir. Y él sabia que ella pensaba eso, que por fatalismo tenia que acabar. Que nada importaban las noches insomnes y las porfías por mantenerlo a su lado. Y el no se quería ir, y ella quería que el se fuese sin querer que se fuera. Y fueron poniéndose cada día más tristes ante la fatalidad de tener que separarse sin motivo.
Ella no soportó mas, y ella lo hirió, dejo de amarlo, lo tomo de nuevo en sus manos y lo arrojo a las alturas para que él volase, para que se fuera y no la viera llorar. Lo arrojo con todas sus fuerzas, con la fuerza de la conciencia de haberlo amado y de haberlo engañado, con la tristeza del fin, ella lo arrojó a una gran altura para que él volase, para que siguiera su camino ahora que tenia las heridas sanadas. Las heridas que ella con esmero hizo cicatrizar
El no abrió las alas, solo cerro los ojos y se estrello contra el duro suelo. Y murió como había vivido. Triste y sin nunca comprender.

Texto agregado el 17-09-2004, y leído por 212 visitantes. (0 votos)


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