Este es un texto antiguo. Ha aparecido entre las páginas de un libro. No recuerdo si lo he puesto por aquí con anterioridad.
“La decadencia de saberse propio”. Escrita a lápiz, con letras de molde, aparece esta frase en la parte posterior de la última página de “Bajo el volcán”, de Malcolm Lowry. El ejemplar que leo, pertenece a la biblioteca Vasconcelos. A lo largo de sus más de cuatrocientas páginas, encuentro múltiples subrayados y llaves que encierran párrafos completos. Observo que las rayas fueron hechas con rapidez y no demasiado cuidado; quien las hizo, cuando menos tuvo la decencia de utilizar lápiz, para no deteriorar más el volumen. A mí también me gusta tomar apuntes y anotar frases, pero no directamente sobre el pie o las orillas de las hojas, sino en papelillos, los cuales me divierte olvidar dentro de los mismos libros. Este placer, me parece de lo más interesante y un tanto misterioso, porque desconozco quién y cuándo, habrá de encontrarlos y sorprenderse (tal vez), con lo que encuentre escrito en cada uno de ellos. Son como breves cápsulas del tiempo, que permanecen escondidas entre las páginas de los libros y finalmente habrán de salir a la luz un día, revelando una minúscula parte de los secretos que guardan.
Desconozco el fin con el que fueron hechas las marcas presentes, si con afán de estudiarlas, elaborar un informe, memorizarlas, aliviar pesares o simplemente para exorcizar algunos demonios; pero puedo imaginar al anónimo lector pegado a las páginas del libro, rayando sus hojas con fruición o cierto desparpajo, a la luz tenue de una lámpara sobre su mesa de trabajo. ¿Qué sentimientos lo animaban en ese momento?, ¿de alegría, de tristeza, de dolor?, o quizás de culpa, de penas necesitadas de ser pagadas...
En la lectura atenta de un libro, hay detonadores que pueden sacar chispas o explotar violentamente sin remedio; así quien lee puede también desatar sus pasiones o elegir irse con algunas de las encontradas en lo leído. Las dos formas, son capaces de producir fuegos inextinguibles.
En la frase inicial: “La decadencia de saberse propio”, encuentro dos pequeñas vertientes que me saltan a la vista sin más. En la primera, descubro que ser o saberse correcto, honesto, decente, no sobrepasar los límites, lo que pudiera decirse “ser propio”, puede desembocar en la decadencia por no saber ir más allá de lo que permiten los límites sociales, el respeto a las normas establecidas, el no tener agallas para pensar diferente de los demás, no ser independiente en el pensamiento, someterse al rebaño para no sufrir el que dirán. Y ello implica contenerse, no permitir que los sentimientos y la forma natural de ser de una persona, aflore tal cual, sin dobleces ni máscaras; así, la decadencia estaría emparentada con grandes dosis de hipocresía, culpa y resentimientos.
La segunda vertiente, me hablaría de pertenecerme a mí mismo, de saberme de mi propiedad, pero incapaz de manejarme, de controlar los miedos más profundos de mi alma desorientada, de parecer que las inseguridades y defectos cotidianos son insuperables; el miedo (nuevamente) a tomar el control de mi vida, harían de mí, un ser pusilánime, decadente; un golpe durísimo para poner fuera de combate a cualquiera, cruel, lleno de frustraciones, con el poder siempre latente de matar.
El desconocido escritor de la frase inicial, con seguridad sabía de ojos nublados, capaces de liberar lluvia con o sin motivo, como dice Silvio.
Por mi parte, creo que estar fuera de forma, ser anticuado o decadente, no necesariamente implica lo peor, ni siquiera sabiéndose propio.
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