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Cinco niños solían ir a pescar al río, todas las tardes, antes que anocheciera, pasando por la chacra de don Anselmo. No les tomaba más de quince minutos y estaban en el sitio favorito, donde se entretenían lanzando sus anzuelos y por ratos bañándose. A veces cogían algunos fasacos, bagres y uno que otro pescadito. Otras veces regresaban sin nada en la picsha, entonces se iban silbando por el camino.
Una tarde algo había picado en uno de los anzuelos. Corrieron a darse ayuda porque el anzuelo amenazaba con desprenderse. Jalaron con todas sus fuerzas y nada. Algo muy extraño hacía fuerza desde el fondo del río. Se asustaron. Después de mucho batallar lograron sacar el cordel pero sin el anzuelo. Se miraron entre sí, admirados, sin comprender. Pero es ahí que escuchan un quejido que lastima sus oídos. Por la orilla del río surge un lamento triste, quejumbroso, que se pierde entre las piedras y se esparce en medio del bosque. No pueden identificar el lamento, pero les parece escuchar el gemido de una niña.


Al final del pueblo, cerca de la orilla del río, vivía una anciana de origen desconocido que llegó al pueblo una noche en que estallaban truenos y relámpagos. Vino acompañada de su hija embarazada. Adelita nació en una noche de luna llena a las cuatro de la mañana, cuando los gallos empezaban sus cantos y los hombres se despertaban para afilar sus machetes. Comentaban en el pueblo que cuando nació su madre dio el último respiro. La abuela como no la oyó gritar pensó que también la criatura estaba muerta y la envolvió con trapos y le puso en un cesto para enterrarla apenas rayara el sol. Sin embargo a los pocos minutos reaccionó y empezó a llorar hasta que amaneció. La abuela la enseñó a cuidar del río, a vivir de la naturaleza. Nunca la envió a la escuela. Adelita creció refugiándose en su huerto o entre los cañaverales, entreteniéndose en el río o entre los gramalotes. Los viejos decían que era una niña que nunca debió haber nacido. Nadie sabía quién era su padre porque su madre no tuvo tiempo de decirlo y a la abuela no le interesaba. Una noche desapareció y nadie supo dar razón de ella, hasta que la encontraron dos días después, tendida en la playa, sin que ella pudiera explicarles nada. Tenía una herida en el pie.


Los niños llegaron al pueblo y se acercaron a una chingana donde pidieron gaseosas y helados. Vieron pasar a Adelita: cojeaba y ellos se dieron cuenta que tenía una herida en el pie. Abel Panduro se ofreció revisar su herida, pero ella se alejó sin querer saber nada.
Al día siguiente los niños volvieron a su lugar de pesca. No pescaron nada. Pero al anochecer escucharon el mismo gemido que les acompañó la tarde anterior. Era la voz de una niña implorando que dejen de pescar en el río. Entonces empezaron a correr. ¿Escuchan?, pregunta uno de ellos. ¿De dónde viene? “Me van a lastimar”, se escucha como eco, perdiéndose en el bosque.
“Es la madre que cuida el río”, dicen. “No, es la hija, porque es la voz de una niña”. ¿De qué la cuida si apenas cazamos unos cuantos pescaditos?”. Debe ser porque son muy chicos y estamos impidiendo su crecimiento. “Tonterías”, “Vámonos a otro sitio”.
Decidieron no regresar por un tiempo.


Adelita empeoraba. Su herida no cicatrizaba. Empezaba a infectarse. Su abuela no podía curarle ni siquiera con los emplastes que ella conocía. Aún así, Adelita salía a caminar por la orilla del río, cantando canciones que solo ella conocía.


Los niños buscaron otro sitio para pescar. Les fue bien aunque seguían cogiendo peces pequeños. Un día se quedaron hasta entrada la noche y escucharon la voz de la niña. Se acercaron y en medio del bosque, escondida, estaba Adelita. Gimiendo. “Váyanse”, les dijo, no se acerquen. Por qué hacen daño al río. Los hombres son malos, y mataran con trueno. “¿Quién eres Adelita?, preguntaron y ella se arrojó al río. “Es una sirena”, dijo uno de los niños. No, dijo otro, es la princesa del río.
Una noche llegó el mijano y la gente lanzó dinamita para cazarlos. Los niños recordaron el lamento de la princesa del río. Pero esa noche no se escuchó nada.
Adelita había fallecido. Y los niños lloraron hasta tarde la noche.

Texto agregado el 31-03-2017, y leído por 120 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
31-03-2017 Una historia colmada de humanidad, de enseñanza, me gusto. sensaciones
31-03-2017 es una linda leyenda yosoyasi
 
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