Soñé que era una vocal
que había aturdido a la propia -Z con su sonoridad,
soñé que era un beso
que acariciaba cada tercio de tu piel
para hacerme un lugar privilegiado en tus recuerdos.

Soñé que era ave
que alzaba el vuelo en las frondosas selvas
donde desataban su danza los mares,
que avistaba tormentos
como convicto en escape,
que ponía rojo de rubor
al sol de la tarde
y que hacia piruetas en el aire
para el regocijo de los infantes.

Soñé que era una lágrima de mi madre
que me impregnaba en su ser
como una tristeza lacerante,
soñé que era infancia perdida en la calle
y también rasguño de hambre.

Soñé que era libertad y despedida,
te soñé en mil rostros
antes de que aparecieras
como premonición en mi vida.

Soñé que era poesía
en las manos de un encantador trovador de Galicia,
que era deseo y desvelo en sus horas,
que era amor de ensueño en el sabor de su boca.

Soñé que era una gata morena,
que cautivó al cometa Halley
con el polvo de estrellas
que moraba en su mirada desierta.

Soñé que afilaba mis uñas
sobre el lomo de un elefante gordo,
lomo más duro que el alcornoque de su coco,
también vislumbré el mundo desde las alturas
y las hondas penas se negaban a tocarme
porque la dicha de la felicidad
otorgaba claridad a mi sombra.

Soñé que era armonía,
que del exceso de sensibilidad no prescindía,
que mi mente
no me jugaría ninguna artimaña de su autoría.

Soñé que era...
y más no abrevé la inquietud que me aqueja,
aun sigo buscando un sueño
que al despertar no muera.