La ciudad de los tranvías.
Aquella era una ciudad de ensueño, los tranvías, ya pasados de moda, en ella eran la atracción, la gente se trasladaba en ellos a cualquier lugar y si sumamos el río repleto de embarcaciones, hacían de esa ciudad el lugar ideal para pasear, olvidarse de todo y disfrutar del paisaje.
Ese año, mis padres y yo viajamos a ese lugar que llamaremos “La ciudad de los tranvías”, era el lugar más hermoso que ojos humanos hubieran visto, mi madre me mostraba todo, los barcos, el río, las bellísimas casas de dos pisos y con techos a dos aguas, de tejas y coloridas, la gente, parecía que habíamos viajado en el tiempo y el subir a aquellos viejos pero impecables tranvías, era lo máximo.
Sin querer toqué mis bolsillos y encontré un tesoro casi olvidado, aquellas canicas de colores y el “bochón” ese que ganábamos al jugar con ellas y que era la más deseada de las bolitas, mi imaginación en ese momento me llevó muy lejos, a mi niñez olvidada en un rincón de aquellos pantalones remendados pero que tanto me gustaba llevar por sus enormes bolsillos donde guardaba no sólo mis canicas sino las tapitas de los refrescos y la “resortera” o “chumbera” que usábamos para espantar pájaros y en alguna que otra guerrilla entre amigos.
Esa tarde fuimos a la orilla del río, mi perro que por aquél entonces me seguía a todas partes, corría tras el tranvía ladrando sin cansarse hasta que llegábamos y mi madre bajaba una canasta de mimbre, repleta de comestibles y bebidas gaseosas, íbamos a tener un picnic con ella y mi padre por ser domingo.
Los domingos eran especiales y si me permitían llevar al “Chino”, uno de mis mejores amigos, eso no se olvidaba, llevábamos cañas de pescar y las latitas, esas con un cordón largo a las que poníamos un plomo y el anzuelo para sacar mojarritas las que mi madre luego hacía fritas, ¡qué recuerdos! Hermosos y ahora tristes recuerdos porque ya no estamos todos, mis padres hace mucho tiempo que se fueron, quizá ahora mismo estén en aquella ciudad de los tranvías, paseando y escuchando el sonido inconfundible de las ruedas sobre los rieles y mirando el río, juntos, siempre juntos como toda sus vidas y viéndome hecho un hombre y quizá también añorando mi niñez como lo hago en este momento donde recurro a los sueños para sobrellevar esta vida de adulto que muchas veces quisiera olvidar.
La ciudad de los tranvías quedará para siempre en mi memoria y mientras la recuerde, mi niñez vivirá por siempre dentro de mi.
Omenia
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