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Sábado de cuentos



De cuando Heródoto de Helicarnaso, Carlomagno y Napoleón, fueron parte de mi historia


A pesar de que tengo unos cuantos años y muchas situaciones vividas, aunque muchos no crean, no he podido vencer un mal que me acompaña desde niño, es mi timidez para acercarme, como hombre, a una mujer hermosa y declararle mis intenciones para con ella, o mi admiración, o mis sueños, o mis deseos o todo lo demás. Yo lo llamo miedo a la hermosura.
Leyendo en Internet algunos casos similares me he ido introduciendo en el mundo de la sicología y también de la historia con el relato de casos y situaciones similares, por ello me fui armando de un poco de conocimientos y de mucho valor, y cuando me sentí capacitado salí a la calle a la conquista de mujeres bellas.

Primero probé en un centro comercial con una joven muy agraciada que miraba los escaparates de una tienda. Muy simpática, alegre y condescendiente me siguió la corriente, pero todo terminó cuando se acercó a ella alguien que al parecer era su novio o su marido.
Pero igual quedé satisfecho con mi desempeño.

Luego en la consulta médica con la secretaria me fue bastante bien, conversamos de gustos afines, de música, le pregunté si le gustaba bailar y sonriendo me respondió afirmativamente… y cuando la estaba por invitar al cine me llamó el doctor.
Cuando salí de la consulta ella no estaba, había una señora mayor en su lugar.

Así pasó el día con varios intentos fallidos, no por mí, el desempeñó desde mi punto de vista fue muy prometedor, si no logré concretar algo fue por factores ajenos a mi voluntad.

Cuando ya anochecía sin darme cuenta pasé por una zona frente a un parque donde vi muchas mujeres y hombres, según me pareció, era uno de esos lugares de la ciudad donde se compra y vende sexo. Muchas mujeres jóvenes se acercaban y subían en automóviles que las esperaban en un estacionamiento o que pasaban por la calle. Confieso que nunca me he detenido en lugares de este tipo y mucho menos he tenido sexo con alguna mujer prostituta, pienso que de ninguna forma podría estar con alguna de ellas, son las que más temor e incluso respeto siempre me han infundido como para entablar una relación.

Haciéndome el valiente me dije que ahora era el momento de probarme, y que mejor lugar. Si aquí lograba acercarme a una de ellas sería el triunfo esperado y la satisfacción de mis desvelos.
Era alta, en enormes tacones, delgada, hermosa, rubia, vestía un traje oscuro sobrio, que contrastaba con la vestimenta de las demás, sólo su pelo rubio encendido era igual a muchas de las mujeres que estaban en el lugar. Llevaba unos coquetos lentes ópticos que le daban un aire de intelectualidad, que yo no esperaba encontrar en aquel lugar.

Aminoré al mínimo el desplazamiento del auto y me detuve muy cerca de ella. Bajé y caminé a su encuentro, parecía más alta que yo y la veía imponente. Casi tartamudeando y con ganas de salir corriendo, la saludé amablemente y comencé a explicarle casi como un joven e inexperto adolescente, que yo quería conquistar una mujer y estar con ella, pero mi temor a las mujeres hermosas me lo impedía. Casi por favor le pedí que me escuchara y me dejara explicar con calma mis motivos y mis ansias de vencer esta timidez. Ella indiferente me escuchaba y se hacía muy la interesante, me miraba, miraba a su alrededor y me volvía a mirar, insinuaba acercarse al auto y eso me dio más ánimo y después de unos diez minutos de intercambio de palabras, miradas y algunas sonrisas, ella subió al auto y juntos partimos con rumbo al hotel más renombrado de Santiago. Más del cincuenta por ciento de los habitantes de esta ciudad, que es inmensa, saben a cual me refiero.

Llegamos y allí con temor yo le conversaba de cualquier cosa y ella realmente me prestaba atención, pedimos champagne y brindamos:
—Por nuestro encuentro —dijo ella.
—Por nuestro encuentro —respondí y me anime a preguntar— ¿Cómo te llamas?
—Josefina —respondió con una amplia sonrisa.
—¿Y tú? —me preguntó.
Yo ya me iba sintiendo en confianza y libre de temores y recurriendo a mis conocimientos de historia, sin pensarlos dos veces, poniendo mi mano derecha a la altura de mi abdomen e introduciéndola bajo la camisa, exclamé:
—¡Napoleón!
Me miró, la miré y ambos, al unísono, soltamos una sonora carcajada…
—No, es broma, me llamo…
—Déjalo así, me gusta, desde ahora tú te llamas Napoleón — y me rodeó con sus brazos mientras sus labios en los míos encendieron la pasión.

Era el inicio del romance y el principio del fin de mis temores.
En algún momento de la conversación, ella dice:
—Claro uno a veces está obligado a decir e informar lo que ve o le cuentan, sin por ello creer en todo aquello, tal como lo dijo Heródoto de Helicarnaso… —y agregó–. No me hagas caso.
—¿Qué? ¿Quién? ¿Quién dijo eso?
—Heródoto de Helicarnaso, ¿Lo conoces?
—¡Ehh! Sí, sí lo conozco fue un historiador de la antigüedad llamado el padre de la historia.
—¡Ahhh! Me estoy dando cuenta que sabes algo de historia, por favor sírveme otro poco de champagne.
—Si mi amor, le sirvo y para mí también.
—A tu salud mi Napoleón –exclamó Josefina.
—Y yo brindo a tu salud y tu hermosura, y también a la de ese señor que nombraste recién… —y mientras bebíamos yo me daba cuenta que lo mío estaba ya siendo historia antigua.

La noche continuó y se inundó de besos, de caricias, de suspiros y quejidos y en algún momento con exclamaciones de arenga al combate, creyéndome el mismísimo Carlomagno al frente de un ejército derrotando al oponente.
Vestimos las horas con prendas de tiempo y noche de placer y además grabamos historia de sexo y pasión en las cortinas y en los muros blancos de aquella habitación, historia que al final decía: aquí perdí el miedo a las mujeres hermosas…
La noche fue gloriosa para ambos, nos sentimos en el limbo y no queríamos irnos de allí.
Pero la vida sigue y el placer tiene que esperar.

—¿Dónde te dejo?
—En el mismo lugar donde nos encontramos anoche.
La miré con cara de interrogación, pero no quise preguntar.
Cuando llegamos a ese lugar me llamó la atención el gran y moderno edificio de aquella esquina y noté que por sus grandes escalinatas y puertas ingresaba una cantidad considerable de mujeres y hombres jóvenes.

Intrigado le pregunté a Josefina
—¿Qué hay ahí mi amor?
—Esa es una Universidad y es muy importante.
—Entonces, entonces, entonces anoche…
—Anoche cuando tú pasaste por aquí, era hora de salida de muchos cursos…
—¿Entonces tú… tú… no eres… tu estudias aquí?
—No tesoro, no soy, tampoco estudio, yo trabajo aquí.
—Entonces…yo…yo…yo…
—¡Shssssss, no digas nada! Me alegro que anoche hayas pasado por aquí y esta noche también quiero estar contigo. Pasa a buscarme a la misma hora.
Me puse pálido y tartamudo no sabía que decir, pensé ¿El mismo temor otra vez?
—Piensa que venciste ese miedo que te acompañaba, además te digo que para nada sentí que tuvieras algún temor. Parece que solo eran creencias tuyas, al contrario te digo algo, ven acércate te lo diré al oído:
—¡Fue una noche divina, divina, divina tesoro, quedé con deseos de mucho más!

Cuando se iba, casi gritando le dije:
—¡Sí, sí, sí, te estaré esperando a la misma hora!
Ella volvió sobre sus pasos, me dio un beso en la boca y me dijo:
—Sí, a la misma hora, y si me atraso un poquito mientras tanto lee este libro, toma te lo regalo y se alejó corriendo perdiéndose en un grupo de jóvenes que entraban a la universidad.
Quedé un rato pensando en mi “conquista” y en toda la “historia” de esa, para mí, noche inolvidable.

Y ya no pensé en miedo, sólo pensé en Josefina y solo me pregunté
—¿Miedo yo? —y solo me respondí:
—¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Dónde? ¡Nunca!

Antes de poner en marcha el automóvil tomé el libro que ella me había dejado y leí el título:
“Un estudio sobre Herodoto de Helicarnaso, un vistazo nuevo a la historia antigua" y el nombre del autor:
Josefina xxxxxxxxxx - Doctora en Historia y Filosofía.



Heródoto de Helicarnaso, Napoleón, Carlomagno y muchos grandes personajes de la historia estuvieron allí esa noche con nosotros. Ella no era prostituta, era profesora de historia que salía de su trabajo mientras yo pasaba por aquella esquina. (Lo que se llama el momento y el lugar precisos) Le impresionó mi forma de abordarla y eso la incitó a seguirme en mis intentos y además animada por un estudio que llevaba a cabo relativo al comportamiento humano, se interesó para saber hasta dónde era capaz de llegar yo y más aún, hasta donde podría llegar ella…
Bueno, ahora el tiempo y la historia lo dirán.




Incluido en libro: Cuentos de vientosur
©Derechos Reservados.

Texto agregado el 25-03-2017, y leído por 381 visitantes. (11 votos)


Lectores Opinan
15-08-2019 Buenísima historia que lo invita a uno a leerla hasta el final. Real o imaginaria, entretiene mucho. Un abrazo. gui
26-03-2017 Y asi se van formando las parejas con los miedos de unos y los sueños de otros...***** annablaum
26-03-2017 Ja ja, una travesía con final feliz!! Agradable y fluido tu relato, Vicente. Abrazo, Julia_Flora
26-03-2017 Estimado don Vicente, usted es todo un héroe y un ejemplo a seguir. Todavía no he podido enfrentar ese miedo atávico a la hermosura. A lo más he quedado embobado, sin poder reaccionar. Generalmente, doy un paso atrás. FerdiCartago
25-03-2017 1. Tu imaginación y creatividad tienen alas poderosas que pueden llegar a mezclar fantasía y sentimientos hasta estampar escenas tan románticas como creíbles. Cuentas la trama con tal originalidad que, inclusive, sabiendo que es imposible que sea la Josefina de Napoleón, me remonto a las escenas leídas en los libros de historias y me creo lo que cuentas. SOFIAMA
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