Nadie nos dijo que sería fácil,
que te adentrarías en mi vida
y robarías su parsimonia;
nadie me ofreció garantías
de salir invicta a las heridas.

Nadie me susurro al oído una poesía,
ni me dio alas para volar
cuando me tragara la tierra mal labrada,
nadie me dijo que me tendrías pensándote
cada día de mi vida,
cada noche sin estrellas
para amansar la tristeza mansalva,
cada amanecer
mutilado de primaveras y de alegrías prestadas.

Nadie me dio la clave
para que fuera fácil no amarte,
cuando quise irme ya era tarde,
cuando quise no verte
te habías impregnado en las paredes de mi mente,
cuando quise no escucharte
tu voz retumbaba
para espantar a los siervos de la muerte.

Nadie fue capaz de matarte en mi alma,
llegaste y te encaprichaste por quedarte a mi lado,
te robé la paciencia y te ofrecí mi amparo,
te hice parte de mi ser
y prometí a la austera pena:
que cuando te perdieras,
daría al universo la vuelta entera
¡hasta el infinito, mi amor!;
que cuando te fueras, extirparía a mi YO
para liberarlo del mundo y de su vulgar condición.