Ella estaba llena de tatuajes: uno por cada decepción y uno por cada alegría; Formaban un intrincado diseño por todo su cuerpo, abrazaban sus brazos y piernas como un escudo. Retorcidos diseños, líneas rectas formando patrones, del azul al rojo, del rojo al gris, del gris al verde, del verde al infinito.
Su cuerpo era un mapa del tesoro, un laberinto lleno de obstáculos.
Pero yo… yo tenía el alma del aventurero que se adentra en la selva, del pirata que surca los mares, del niño que no teme preguntar, del caballero que sabe cómo y cuándo callar.
Me sumergí en cada una de sus historias, recorriendo cada rincón de sus memorias, respirando sus suspiros…
Suspiros de amor o de decepción… ¿Cuál es la diferencia?... Amaba todos sus suspiros porque eran magia.
¡Sus carcajadas!, también amaba sus carcajadas… sus carcajadas eran música gritada al viento.
Amaba sobre todo la forma en que pensaba ser una gran mentirosa mientras sus ojos brillaban con astucia y la comisura derecha de sus labios se curvaba hacia arriba involuntariamente.
Ella era libertad… su cabello era enmarañado e incontrolable, sus ojos siempre estaban acompañados por unas adorables ojeras porque de seguro había encontrado un libro que no había podido dejar de leer la noche anterior (“Solo es un capítulo más”). Según ella, cada libro que empezaba a leer era el que iba a cambiar su vida por completo: “Este sí es”, me decía, “En este libro está escondida la frase que le va a dar sentido a mi vida”.
¡Pequeña tonta!
Si ella supiera que yo no tuve que buscar frases en libros,
No tuve que ver cuanta película se estrenaba en ese cine alternativo al que tanto le gustaba ir.
Yo solo tuve que entrar a una cafetería destartalada (aunque ella la llamara “rústica”) para salvarme del aguacero torrencial que se veía caer desde el ventanal junto a la mesa en la que ella estaba sentada.
Ella estaba ahí perdida en sus pensamientos, mirando la lluvia mientras la envolvía una chaqueta verde demasiado grande, tenía puestas las gafas que hacían parecer sus ojos más brillantes de lo normal, con el cabello recogido en un moño desordenado… la mirada soñadora y la sonrisa en los labios… esa sonrisa que hacía parecer que guardaba todos los secretos del universo.
Solo tuve que entrar a esa cafetería y darle un vistazo.
¡ZAS!
Ya había encontrado el sentido de mi vida.
Era yo…
Pero era yo con ella…
No importaba que tan largo fuera, no importaban los infinitos…
No iba a ser menos cuando ella ya no estuviera.
Pero iba a ser otro.
Era ella…. Era lo que iba a hacerme y en lo que me convertiría gracias a ella
Cuando lo entendí no me importó nada más.

Pero ahora escribo directamente para ti:
No creas que me engañaste,
Cuando me miraste lo pude notar: tú ya lo habías entendido mucho tiempo atrás.
En ese momento, el arte en tu piel ya contaba nuestra historia.