¡Ay, de mi entrega!,
los lobos espartanos
atraparán los suspiros,
aquéllos, que migraron desde el fondo del mar
hasta la fértil humedad
con la que me llenabas el sexo sumido.
Mis deseos construyen un altar de tus hombros,
desnudos y primitivos, los quiero conmigo
capullo malo, la inocencia has pervertido,
y te pierdo, nos perdemos
en las abstracciones de un corazón que ha desistido.
Dame un beso,
que tiempo para perder no tengo,
que si me dejas ir
no lo intentaré de nuevo.
Sanas el ardor de mis raíces
con el jugo de estrellas
que al gracejo de los cielos
le has tomado prestado;
amas y quedo infinita a tu lado.
¡Mírame!,
pero no des vuelta la cara
si intento adentrarme en el interior de tu danza,
contracción de tu fortaleza,
ritos de ángeles y de demonios
que revelan las acciones
que han revuelto las pasiones de tu dormitorio.
Dame tu infierno que sin vos me muero,
pero de hipotermia moriré en este invierno, Andrelo,
píntame con la tinta de tus pergaminos
los paisajes de mi cuerpo,
¡y aférrame en un abrazo eterno!
que al paraíso te llevo.
Sonroja la luna,
se bifurcan los senderos
que nos llevarán a destruir las columnas,
aquéllas,
en donde se sostiene el progresivo hacer
de ajenas calumnias.
Dame tu indiferencia
que te ofreceré a cambio
lo que me queda de voluntad
y un catálogo de carencias,
que te daré las agallas y mis fuerzas,
te daré lo que quieras, trémula fiera
si eres el escudo de mi resistencia.
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