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De regreso a casa durante una tarde de canícula, el sol estaba reteharto fuerte, de esas veces que no puedes voltear a verlo porque los ojos te calan, después de cruzar el camino La Travesía, infestado de caña y de mazorcas, jóvenes y vírgenes, igual que Milagros cuando la conocí, la sorprenderé con la buena pesca del día. Le voy a decir que ya he dejado el chupe, no porque José Martinez alías el Cañas ya haya muerto y ahora no hay quién me alborote la garganta. Ya he cambiado Milagros, le diré cuando la vea. No es porque quisiera en verdad, pero la otra vez cuando iba pasando a la altura del guayabo frente a la choza del wero, me tope con una anciana con dientes verdes y algunos negros de podridos. Si olvidas a Milagros morirás, me advirtió y cuando quise mirar a la anciana para decirle sus verdades o agarrarla a machetazos, se había convertido en lechuza y de un salto desapareció. Extrañado seguí mi camino pensando en contarle a Milagros lo ocurrido. Milagros y yo nos amamos para eso es mi mujer y yo su hombre. Quisiera decirle que pienso en ella seguido, como cuando estoy solo con la fogata, mi guitarra, mi mezcal, los coyotes de coro y la luna ociosa y metiche. Pienso en ella, en Milagros su mirada, con ojos tan negros como la misma noche, mirada de misterio que envuelve sus secretos. Decirle que cuando me habla, sus palabras retumban en mi pecho y éste late más rápido, se hincha, se infla y se llena de hormigueos, su voz es un susurro en la noche acompañada de chicharras y grillos. Eso le diré y algún día le cumpliré su sueño, de regalarle en la noche de luna llena un ramo de luciérnagas vivas.

A veces la observó cuando se baña en el río destapando su cuerpo como si fuera una flor, y veo su cuerpo mojado, así como su cabello escurriéndole el agua por cada rincón, por cada cabello, y eso me calienta, la tomo de la cadera y la llevo hasta la amaca, dónde nos mecemos juntos, oscilamos juntos absorbiendo el polvo del amor. Milagros y yo nos amamos y todo se perdona por eso es mi mujer y yo su hombre.

No me importa que se haya acostado con Alfonzo mata, ni con el tal Arnulfo Flores. Yo tuve la culpa por descuidarla. Ella tuvo tentación, yo tuve la culpa por cambiarla por la copa y por desquitarme de impotencia con ella, arrimarle trancazos por mis traumas de huerco. Que me disculpe el difuntito el Cañas pero ese cabrón tuvo la culpa, me llenaba la cabeza de locuras y yo que me dejaba engatusar porque solo era para bajarme lana y seguir en el chupe, a veces nos quedábamos en el camino, hubo varias veces que se me apareció un fulano que decía que era el diablo y quería hacer un trato conmigo, lo mande a la chingada, pero no porque no quisiera, sino porque el vomito y dolor de cabeza no me dejaban hablar. Pero tenía que seguir para llegar a la casa con Milagros y decirle que ya todo iba a cambiar de aquí en adelante, ya todo sería diferente, ya el cañas ha muerto y aunque me puse a chupar en su honor ya todo acabará. Veo la loma de mi casa, como siempre un árbol de mangos y otro de guayaba me da la bienvenida, sale el perro brincando como loco, el gato me observa arriba de una mesa de madera vieja y podrida, no veo a milagros, me asomé atrás de la casa, y la encontré; tiesa, muda, muerta. Se había colgado, se había ahorcado la canija, le agarré la mano pero estaba más fría que el invierno, no me queda otra más que acompañarla en su decisión, Milagros y yo nos amamos, para eso ella es mi mujer y yo su hombre, tomé una cuerda y no sé porque se me vino a la mente aquella advertencia de la bruja.

Al momento de ponerme la cuerda en el pescuezo se me apareció el catrín de la vez pasada, que dizque era el diablo, ¿Qué hace amigo?, me preguntó. Pues que no ve, está ciego, le respondí. Bueno no quiero molestarlo amigo pero porque no baja y platicamos sobre lo que le atormenta, me imagino que es por su mujer que se está meciendo en el aire, mire amigo aquí traigo una botella de mezcal si baja entre los dos nos la terminamos a gusto y ya después hace lo que se le pegue la gana, me dijo el muy canijo. Pensé que si trataba de ahorcarme él de seguro me iba a querer ayudar así que no importaría mi intención, porque si quedaba vivo de todos modos me iría al infierno por intentar suicidarme, así que le hice caso, que bajo despacito no me fuera a resbalar y entonces sí sería el peor orate en el infierno.

Después de bajarme del árbol, comenzamos a platicar, el catrín estaba sentado en un tronco justo debajo de donde estaba colgada Milagros, sólo se veía la sombra de ella por los rayos del sol, se mecía de un lado a otro y otra vez de regreso, el catrín no le importaba el zumbido de aquello como si fuera una abeja, yo me senté a su lado y en un tarro oxidado que me sirvo un poco del mezcal, estaba amargo pero me lo trague de un buche, mucho mejor que el que hacía Justino Rosas. Pues usted dirá que quiere hablar don, pero para no hacerla tan larga cual es su nombre, así diablo a secas, le pregunté. No mi amigo, me dicen de muchas formas pero usted me puede decir don Lucero, me respondió en muy catrín. A que bromista es usted, ese es nombre de vieja compadre no le haga, le dije mientras me carcajeaba. Da lo mismo que sea nombre de mujer o de hombre, pero usted dígame como quiera, para eso somos amigos. Yo puedo hacer que te reencuentres con tu esposa, sólo tienes que decir estas palabras: “Acepto entregarte mi alma”. Me dijo don Lucero y que le respondo: como me la va a devolver no ve que ya está toda tiesa meciéndose, ¡mírela! ya esta todita fría amigo, sabe qué, mejor allí la dejamos, yo no quiero deber nada a nadie y menos favores que no pueda pagar y mucho menos a catrines como usted. Ahora sí, dispénseme usted pero tengo que treparme al árbol y amarrarme la cuerda al pescuezo. Antes de eso ví que las luciérnagas estaban alborotándose en el monte, agarre un montón de ellas y con una malla le hice un ramo a Milagros y se lo puse en la mano.

Ya cuando estaba dispuesto a soltarme, vi aquel catrín desaparecer entre una nube de humo, el crepúsculo ya se veía en el horizonte pardeando, estaba rojo como si se estuviera quemando el cielo, por última vez miré a Milagros y ya no supe más.

Texto agregado el 16-03-2017, y leído por 117 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
16-03-2017 No siempre terminan las historias o los cuentos en: "Y fueron felices y comieron...".Pero es una historia de amor.UN ABRAZO. gafer
 
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