Imaginate un fulano… elástico aunque poco atlético, pancita cervecera.
Mestizo en su sangre, caucásico en la piel, trigueño en su pelaje.
Barba rebelde y pinchuda, naranja según la luz. Dentadura fuerte, de un amarillo blanquecino; colmillos puntudos, excepto uno de la mandíbula: gastado o partido. Un félido humanoide de aproximados treinta años y estatura promedio.
Uno más del montón en una ciudad que agotó sus sorpresas. Un yin yang transitando con zapatillas gastadas, a veces más yin y otras tan yang. Si no lo imaginas no podrás verlo pataleando charcos a toda prisa, huyendo como gato bañado bajo la lluvia y los truenos, el viento y el frío que le tensan los nervios. Su ropa de segunda marca no es más que trapos sin escurrir, una esponja helada que le hace tiritar mientras tararea canciones que no se sabe. Dato medio curioso es que sus torcidos pasos no andarían tan de prisa si no fuese por el temporal. Sin dudar, se demoraría. Pensaría mejor sus palabras. Pero el ventarrón empuja en sentido contrario al arrepentimiento; y la ansiedad que le acompañaba, tragándose a bocanadas el tiempo y sus pensamientos, finalmente se aleja librándolo a su suerte frente al cuarto que distingue a cien metros en ascensión diagonal, en el segundo piso de un complejo de alquileres, donde un foco encendido parpadea denotando cierto corto circuito.
Figurate la tristeza a flor de piel en un cariz donde la decepción y el furor incuban criterios indeseados. ¿Demasiado abstracto? Entonces a los demonios del odio colándose por las ventanas del alma, esos demonios justicieros que gustan beber sangre de la venganza ajena. Imaginate las falanges arácnidas de alguna masajista por vocación, absorber la energía negativa del universo que encierra ese cuadrado monolítico mientras afila sus garras capaces de cortar el aire. Si no el aire, la piel sin dudas. Unas garras que acompasadamente golpean sobre una mesa: meñique, anular, medio, índice; meñique, anular, medio, índice… trotan, galopan. El vaso de vidrio con agua (que según la superstición chupa las malas vibras) ya llegó al nivel de soda caliente y de repente, con dos giros de llave, la puerta rechinante. Aprovechare un lapsus para salvar que existen frases u oraciones que de tanto repetirse no consiguen afectar al oyente con la intensidad deseada. Y SÚBITAMENTE el vapor acumulado en sus pulmones de fumadora social, como ardientes molotov rezuma por la garganta, cargándose de sonido hasta materializarse en textuales palabras: -¿QUIÉN TE CREES QUE SOS, HIJO DE PUTA?-
Sin dudar ni responder, instintivamente el félido humanoide interrumpe la luz eléctrica; su último recurso es la oscuridad y, en ese instante de película, un relámpago exterior hace brillar los ojos de la mujer. En algún lugar y al mismo tiempo, un grito lejano emula ese momento y desaparece en la tronada. Imaginate la velocidad del felinoide quien aprovecha la distracción y con sus manos (¡como dos grilletes en las muñecas de la fémina!) la toma por la espalda conteniendo el brote de violencia. Con fuerza le cruza los brazos, aprisionando sus pechos, amoldándose a sus curvas, acoplándose a ese culo como un remolcador… acaricia el cuello al descubierto con la barba rasposa, su lengua termal saborea la piel de gallina, prueba su resistencia con delicadeza dental… y ella forcejea mientras lo putea de arriba a abajo. El tipo se empalma como la primera vez que la tuvo así, cuando jugaban a someterse por turnos.
Pero nada más la tiene dura, porque tras cruzar el umbral no le dio el cuero a moverse y en la realidad fehaciente se halla en la puerta, paralizado por los ojos de la mujer, ojos de perro rabioso imaginate. Hecho sopa.
-… patán… desagradecido…infame… ¿QUIÉN te pensas que SOS? - vocifera la leonina.
- Necesito sacarme esta ropa…- (en realidad necesita tiempo para organizar sus pensamientos).
- Siete meses fui tu puta… exclusiva y gratis, me desvirgaste el corazón… hijo de PUTA.-
El increpado invoca su reseña de las lecturas a Bukowski - ¡Todas las mujeres son putas y los hombres unos hijos de puta…! - y esquiva un arañazo fugaz. Otro. Y salta por encima de la mesa, arrastrando platos, cubiertos y vasos que estallan contra el suelo, además de llevarse puesto una silla que le dejará un moretón en la rodilla. Suena la campana y los focos centellean.
- Quedate quieto, joputa…- lo señala con la garra del índice – No te muevas.-
Se pone un invisible en la boca, junta su melena y la abrocha. En intento por acomodar sus facciones, se estira el rostro como si fuera arcilla y seca el sudor con un pañuelo. El advertido observa detrás de un sillón, ella se estira la camisa y aclara la voz. El timbre suena otra vez.
(Capitulo uno (parte uno de dos), novela REQUIEM FOR A CAT IN SHOES, contiene lenguaje adulto y modismos de Argentina, humor paisano y fantasía salida del coño de mi madre...) |