LA SEÑORA Y EL FEO
Era un hombre acostumbrado, por su profesión, a situaciones difíciles, al trato cercano con truhanes, desadaptados y personajes de todas las insanias. La vida, a pesar de su enorme fealdad, lo había premiado colocando en su entorno la presencia de mujeres de todo tipo. Para él era lo mismo, cualquiera, con ser complaciente en la intimidad estaba bien. No hacía distingos, lo mismo lo acompañaron jóvenes, maduras, feas, bonitas, cultas e incultas, el único requisito fue siempre el estar dispuestas al ejercicio amatorio.
Pero los años le cobraron con creces sus excesos, después de trasponer la mitad de su vida posible, la próstata, la vejiga y el riñón le pasaron la factura a sus excesos. En lo mental seguía manteniendo una libido exacerbada, sin embargo sus órganos relacionados con la actividad sexual ya no le respondían como su lujuria le exigía.
En estas circunstancias conoció a la señora Mendoza en una página literaria donde él se había refugiado para dar rienda suelta a la otra polaridad de su personalidad, ahí escribía lo que él llamaba “dizque poesías” y relatos, donde las constantes de su temática eran el amor, la pasión, sexo, tragedia y muerte.
Primero, la señora y él se comentaron sus respectivos textos con mucho respeto, luego, ante la pasividad de él, la dama propuso un trato más cercano, entonces el Messenger y skipe entraron en acción. Aquello se convirtió en un tecleo febril. En las primeras semanas la novedad entretuvo al hombre, pero en su mente empezó a germinar la idea de algo más real, más personal, tener sexo con aquella dama cincuentona a quien veía reír y coquetear en la pantalla de su ordenador no le parecía tan lejano.
Se inició entre ellos una especie de lucha sorda, ella lo incitaba, él se erotizaba, el hombre pedía verla desnuda en pantalla, ella solo le mostraba los pechos y las nalgas al descubierto. Ante esta concesión, la mujer se adjudicó derechos que no le correspondían, porque no le fueron otorgados.
Lo llamaba por teléfono a cualquier hora del día o de la noche, cuando se embriagaba era insoportable, porque solía hacerlo casi a diario a ciencia y paciencia del pusilánime marido, un odontólogo, médico general o psicólogo, el hombre no puso atención a ese detalle, pues si la esposa decía entre carcajadas que su marido era un don nadie, porqué habría de darle importancia él. Lo que le causaba al hombre feo, el marido de ella, era mucha lástima y pedía al cielo no caer tan bajo como ese pobre mortal. En muchas ocasiones lo vio a través de la pantalla de su ordenador, cuando estaba cachondeando con aquella mujer, pues el pobre diablo sin saber con quién y de qué hablaba su mujercita, el tipo entraba a realizar el aseo en el estudio de su esposa. Por ahí se le veía al pobre diablo, regordete y calvo, sacudiendo, acomodando los libros en los estantes.
El hombre, aunque consciente de ser viejo y feo, reconoció que aquella relación con la dama neurótica debería terminar. No era psicólogo ni presumía serlo, pero estaba claro, la señora sufría una insania, le recomendó ver a un especialista, ella para ahorrar pidió opinión gratis a un amigo psicólogo, éste, sin saber la verdadera sintomatología, porque ella la ocultó, sólo le diagnosticó, estrés por cansancio. La mujer siguió con el mismo cuadro neurótico.
Entonces el hombre viejo dejó de comentarla, de atenderla en el ldv, cambió su dirección electrónica, canceló su número de teléfono, hasta dejó de publicar en la dichosa página por espacio de un año. Sólo entraba al sitio para leer a los otros miembros, para interactuar con sus afines. Pasado ese tiempo él volvió a publicar en el sitio donde se conocieron, ella buscó un acercamiento, le comentó el texto El Silencio y él, estúpidamente pensó que en un año se cura una neurosis y se dejó llevar.
¡Estaba equivocado!, al principio todo fue muy bien, ella era dulce, tierna, apasionada, hasta le envió fotografías mostrando su desnudez, por la pantalla el hombre viejo y feo le conoció a la mujer dipsómana hasta las amígdalas sureñas. Luego ella le hizo la propuesta: Tenía programado un viaje de estudio a un lugar de Brasil, dizque para aprender portugués, iba a viajar sola, el pobre diablo del esposo no iría, porque según ella, tenía que quedarse a cuidar la tintorería del hijo. Respaldo la invitación con la promesa de darle, al estar juntos, lo que él pidiera.
Al principio el hombre volvió a fortalecer el ego, incluso compró una buena cantidad de Viagra, por si algo llegara a faltar y no quedar mal con la señora. Pero la mujer fiel a su neurosis, luego dijo al referirse al encuentro, éste sería como amigos, cuando ella saliera de clases, los dos pasearían de la mano por las playas del lugar. Tomarían unas copas, escucharían música, platicarían… después posiblemente sexo, pero con sus condiciones.
Aquello dio al traste con el asunto, el hombre viejo y feo enfureció, exigía una definición clara porque tenía decidido ir, hizo gastos, cambios importantes en su agenda de trabajo, con su familia. Ante la poca seriedad de la mujer decidió poner punto final al penoso asunto. Se lo hizo saber, ella tuvo una crisis, insistió, lloró y lloró, hasta le envió un correo con voz —Había adquirido el delirio de la declamación, fastidiaba a los usuarios de la página donde escribían él y ella para que le dejaran grabar vídeos con poemas de ellos y la voz aguardentosa de ella—. Finalmente entre lágrimas y acceso de hipo, ella le explicaba su proceder y le reiteraba la invitación.
El hombre feo y viejo para concluir esa enfermiza relación para siempre, le envió una cartica a la dama:
Señora:
Nila más elemental consideración a sus años y a los momentos buenos que usted me ha dado, me harán volver a considerar cualquier tipo de relación con usted. Olvide por favor todo lo relacionado conmigo, no insista en su forma acostumbrada de acosar a la gente. Contenga a sus clones y amigos, dejen ya de molestar, hasta ahora he respondido en mi estricto derecho de defenderme, de continuar sus agravios…
Ni la gran conmiseración por su estado mental impedirá haga públicas las fotografías enviadas por usted y los mensajes con voz que me hizo llegar. Mi vocación de abogado me obligó a copiar y guardar todas las conversaciones que tuvimos por Messenger, usted bien recuerda todo lo dicho en ellas. ¿Verdad? Para mí, cualquier relación con su persona está concluida. Dios la sane y acompañe siempre.
Cuando la señora leyó la misiva lanzó una estridente carcajada, luego lloró, volvió a reír, maldijo al feo, habló de la concha de su madre y terminó por sincerarse con el pobre diablo del marido, juntos planearon el desquite…
Algunos textos después y vídeos colocados en los foros del sitio literario, como cae un gran castillo de arena en el desierto, cayó el velo que cubría la verdadera personalidad de la señora y el feo.
Texto agregado el 02-08-2012, y leído por 1608 visitantes. (29 votos)
Habrá en su oportunidad, próximas entregas como continuación de esta semblanza de un personaje conocido por estos lugares. No puedo dar fecha de publicación, porque no permito intromisiones en mi agenda, salvo las circunstancias que suelen ser eventualidades fuera de nuestro alcance. Los dos próximos textos de esta serie ya están terminados, Daño colateral y la Niña de Guatemala los he titulado, de los siguientes solo tengo los títulos, que me darán la pauta para su desarrollo, Confidencias de un ldv, y Agonizas madre mía. Ya veremos, dijo un ciego. |