Años han transcurrido ya, pero aun no puedo olvidar el olor de su piel y la sensación que se generaba en mí al sentir sus húmedos besos en mis labios. Su sonrisa solía hacerme sentir inmortal, mientras que sostener sus manos con las mías hacían que el mayor de mis problemas ya no pareciese tener importancia alguna. Todo era demasiado bueno para ser verdad.
Años han transcurrido ya, sin embargo, aun puedo sentir el calor de su cuerpo en su lado de la cama y sus abrazos en la madrugada. Existen días en los que me parece verla entre las nubes; allí saltando de una a otra, divirtiéndose tan inocentemente como solo ella sabía. Estos momentos eran los más difíciles de asimilar, pues me generaban un nudo en la garganta, mientras el cielo lloraba.
Solía creer que cada vez que llovía, era ella pidiéndome disculpas por no haber podido cuidarme un segundo más. También, solía creer verla entre mis sueños; allí ella me abrazaba con el cariño y ternura que siempre me hizo sentir. Había noches tan difíciles que, al despertar en la madrugada, recorría todo nuestro hogar gritando su nombre con la sola, y tonta, esperanza que ella respondería que nada de esto alguna vez ocurrió o que simplemente fue una broma; que ella simplemente había tenido un viaje largo. Siempre esperé escuchar su voz respondiendo a mis llamados, diciendo que me cuide y no haga cosas tontas; luego, al igual que siempre, yo le respondería que estaba bien y que yo nunca dejaría que alguien o algo la dañe jamás. Me desprecio, pues no cumplí mi promesa.
Fue en una noche lluviosa y llena de nubes. Las calles estaban casi inundadas y los enormes faros de luz estaban fallando. La lluvia hacia que cualquier sonido deje de existir, mientras que la luna había sido secuestrada por las oscuras nubes. Ella caminaba en la acera despreocupada y a paso lento, contemplando el cielo. Entonces, vio aquella oscura nube.
-Va a llover. Le dije que lleve su paraguas al tonto ese; ya verá cuando lo vea en casa. – pensó la muchacha con un tono de enojo mezclado con preocupación.
Unos pasos más dio y, en un segundo, una sombra oscura le arrebató la luz de su mirar. Luego, en un abrir y cerrar de ojos, al suelo cayó. Los papeles desaparecieron de sus bolsillos, y el brillo, de sus ojos.
Desde ese día nada nunca más volvió a ser lo mismo. La luna desapareció.
|