Siempre juntos

Estaba muerto. Ya no había marcha atrás.

Sentado en el borde de una roca, Caín contemplaba el cuerpo inmóvil de su rival tirado sobre la tierra con la frente ensangrentada y los brazos abiertos como un crucificado.

Le consoló la idea de que no había sido su intensión llegar tan lejos, pero ya no había vuelta atrás: él estaba muerto y lo que procedía era deshacerse su cuerpo, que era demasiado pesado para arrastrarlo solo.

Se incorporó con la infeliz idea de pegarle fuego y convertirlo en cenizas; fue cuando sintió una gruesa mano que se aferraba a su tobillo y vio con terror cómo el hombre le dirigía una mirada feroz y lo hacía caer con violencia a su lado.

Él se aferró a su cuello y lo apretó con la poca fuerza que le quedaba en sus dedos, mientras mascullaba:

—Esta vez será diferente: ¡Nos iremos juntos al más allá!

Alberto Vásquez.