Sin dejar rastros acomode su cuerpo simulando el haber ocurrido un accidente. Con estas palabras finalice mi última novela.
Siempre antes de terminar con una novela o cuento ya tenía comenzado o imaginado una nueva historia, pero ese lunes cuando terminé de escribir mi última historia me sentí totalmente vacío de ideas.
Solía escribir de diversos géneros y estilos, muchas veces relatando mis propias historias de vida.
Mi afición a la literatura comenzó cuando era muy pequeño y comencé a leer las primeras historias que nos daban en el colegio. Mientras mis compañeros de curso aun comenzaban sus historias con el típico “había una vez” y la finalizaban con un “vivieron felices por siempre” yo ya desarrollaba grandes historias, que daban que hablar entre mis maestros.
Pero no todo era tan bueno como parecía, no solo que no tenía amigos, si no que era objeto de burla para todos los chicos del colegio. A medida paso el tiempo la situación empeoro hasta el punto de revelarme.
Pensé que esto le daría punto final a tantos años de acoso, y la verdad que así fue aunque ahora todos me veían como un verdadero psicópata, todos menos Adela, la chica más hermosa que un hombre pudo haber conocido.
Ambos estábamos profundamente enamorados, me imaginaba una vida con ella, teníamos planes de formar una familia. Todos estos sueños se rompieron como frágiles cristales al caer de lo más alto de las alturas, cuando entré a su habitación y la encontré traicionándome con uno de mis brabucones de la infancia.
Días mas tardes Adela falleció un raro accidente doméstico, del cual por suerte nadie sospecho de mí.
Luego de Adela no pasó nada importante en mi vida, al igual que esta historia fue demasiado aburrida, sin emoción, sin sobresaltos, pero es la última y debo darle un gran final.
Ahora que lo pienso lo único que he hecho en mi vida es escribir y al habérseme acabado las ideas, siento como si esta hubiese terminado.
Mientras pensaba en esto, mire atentamente por la ventana de mi habitación, el día estaba ventoso, no había nadie en la calle, era domingo y muy temprano, las hojas marchitas revoloteaban sobre un gran árbol en la plaza frente a mi apartamento.
Aprovechando que la plaza y los alrededores estaban despoblados, saque rápidamente una silla de la sala de comedor y una larga soga del cobertizo. Me pare en la silla, ate fuertemente un extremo de la soga a la rama más resistente del árbol, y el otro extremo me lo arroye y ate fuertemente al cuello, mientras observe que una niña de trenzas me miraba con rareza por la ventana de su casa.
El cielo gris de otoño ofrece la escenografía perfecta para mi cometida final, pateare el respaldar de la silla y de no continuar escribiendo, este será el punto final de mi última historia.
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