Fueron sólo segundos entre la propuesta y la reacción; soltó a frase como al descuido, sin embargo fue contundente: “el hombre es un animal político”. En medio del salón de clase pareció sacrílega, el sonido del hacha en medio del bosque. Quizás no fue la frase, sino la expresión, el tono del profesor, y esa actitud, la mirada que se pasea de rostro en rostro para encontrar entre la fauna de asistentes el grupo de monos dispuestos a la risa, justo al lado la lora, la cotorra y la guacamaya; más adelante el pavo que con ademanes casi narcisos de tan refinados cree que las enloquece a todas; allí figuraba, no podía faltar, el sabueso a la caza de gazapos que lo presenten como genio. La diversidad faunística del pulmón de la tierra y, en medio de las hienas de sonrisa falsa ella, la mariposa fucsia.
No se trataba, claro está, de la más inocente criatura de esa tupida jungla. No, era de palabra tan dulce como fuerte su argumento, la fuerza de la certeza: “el hombre es un animal pasional”, había refutado al instante, defendiendo que es la emoción, la necesidad la que mueve el mundo. Como oponerse; es de todos sabido que un gesto, una palabra en el momento preciso y se acaba la discusión, cada uno a su refugio. Así era ella, tenía la virtud del discurso y gracia en los movimientos, afán de nuevos horizontes, Alma de cometa tienen las mariposas, mariposa isabelina, Graellsia isabellae del falso ojo en las alas.
Era imposible ubicarla, volaba por los pasillos desplegando gracia, ahora hacia la librería, más tarde camino a clase, luego hacia la biblioteca; un momento después leyendo manuales de intrincada filosofía y cualquier día incitando a la compra de comodidad segura para mujeres. Política o pasión, he ahí el dilema, ninguna es cómoda, ninguna segura. La clase continúa. Volvamos a la razón, las bestias aún tienen sed.
|