Un ensayo para recordar
Llegué presuroso, colérico, al estacionamiento del teatro y con alivio vi que la boletería ya estaba habilitada aunque faltaban algunas horas para comenzar el concierto.
Había acudido para ver a Ricky, el baterista del grupo, pues me comentaron que sostenía un romance con Alicia, mi novia. Por eso pregunté directamente a la chica de las boletas por él.
—Debo hablar con Ricky, el baterista. Es urgente.
—Está dentro, ensayando para la función de la noche. Si es urgente le permito entrar con la condición de que no lo interrumpa mientras practica.
Asentí y penetré a la semi penumbra de la sala, donde un puñado de personas escuchaban las melodías que entonaba un saxofonista acompañado por la batería del nombrado Ricky, y me senté en una silla del extremo derecho, en un lugar que desde su posición no me podía ver.
Esperé pacientemente el final del ensayo, hasta que los músicos terminaron y encendieron las luces. Entonces descubrí que Alicia también estaba entre los presentes, con un gesto de felicidad pintado en el rostro.
Me le acerqué sigiloso y le comenté:
—¡Parece que te gustó el ensayo!
Ella me miró muy sorprendida, con los ojos queriéndoseles salir de las órbitas.
—Jaime, -musitó- ¿y tú qué haces aquí?
—Lo mismo que tú. Vine a hablar con Ricky. –respondí.
En ese momento él salió al escenario y le dijo:
—Un minuto, amor. Se me quedó algo –y volvió para el camerino, supongo. De más está decir que no sabía quién soy ni lo que conversaba con Alicia.
No me pude contener y subí como un bólido al escenario, mientras ella, detrás de mí, me gritaba:
—¡Cuidado con lo que piensas a hacer, loco!
Entonces me palpé el bolsillo derecho del pantalón para asegurarme que mi navaja sevillana seguía ahí; la saqué y la mantuve oculta en mi mano.
El baterista tardó un minuto más en salir, tiempo suficiente para pensar bien lo que iba a hacer. Entonces apareció el tal Ricky, quien me miró extrañado, sin tener idea de lo que estaba pasando.
—¿Y usted quién es? ¿Qué quiere?
Me le acerqué lentamente con la sevillana en la mano.
—Un admirador de tu música –le dije, entregándole la cuchilla- que te trae un regalito. Consérvala por si un día la necesitas.
Y ante el desconcierto de los amantes salí del escenario con toda mi calma.
Afuera, el sol moría entre nubes grises y violetas.
Alberto Vasquez. |