Me sigue faltando bastante fuerza de voluntad y energía para emprender algunas tareas cotidianas. Regreso a casa a las 7:15 am de llevar a la escuela preparatoria a mi hija menor y sólo pienso en dormirme un rato más. Este deseo es muy cómodo porque me permite permanecer acostado y calientito mientras llega la hora del desayuno. Lo malo del asunto es que si lo hago, se quedan sin realizar las pequeñas obligaciones caseras que me corresponden, que si bien no urgen requieren de cierta atención. Mi tarea más importante es un poco de limpieza y orden en la casa, la cual sigue pareciendo bodega por tantas cosas inútiles que hemos acumulado por muchos años; de nada han servido las mentadas 5S practicadas en el trabajo, si en casa (que casi parece tiradero) han servido para maldita la cosa.
Un par de textos leídos del libro “De noche vienes”: La ruptura y Herbolario, me han parecido sólo regulares, a pesar de la prosa cuidada y llena de metáforas e imágenes sugerentes de Elena Poniatowska. No así Cine Prado, que se me ha hecho un cuento excelente y redondo. Sigo leyendo.
“Ta´ciendo muncho aigre” dijo hace un par de días en su muro de Facebook un buen amigo, refiriéndose a la Ciudad de México. Ayer, por acá en “Nacoalpan”, “iguanas ranas” también hizo “muncho aigre”. El patio de la casa se llenó de polvo y hojas secas, que cayeron de las plantas y la chayotera casera que ocupa buena parte del mismo y de la azotea. Hubo que barrer un poco para que todo se viera más limpio, pero el “aigre” no dejó de soplar en todo el día. Bien reza la sabiduría popular: “febrero loco…y marzo, otro poco”, porque se sueltan las tolvaneras, llenan de polvo el ambiente y la tierra se mete en los ojos haciéndolos chillar. Hasta el moco se escurre y ai´stá uno sonándose la de Bergerac, sacándose masas negras y secas. El “aigre” en estos días ha tumbado árboles, láminas y lonas por muchas partes de la zona metropolitana; parece que las autoridades están tomando las precauciones más adecuadas para evitar accidentes enojosos y que representan infinidad de riesgos.
Al frente de la casa hay tres jardineras de cemento con alma metálica, pintadas de blanco. No tienen flores, sólo un poco de hierba y basura. Ya son algo vetustas; en su tiempo se pusieron con el fin de evitar que las grúas enormes que entraban y salían de la bodega que estaba al otro lado de la calle, se subieran hasta la banqueta y existiera el riesgo de que chocaran contra la pared de nuestra fachada, estando por el interior pegado a la ventana, el sillón donde solían acostarse mis niñas. Esto no tiene nada que ver con el “aigre”, pero sí con las “pipiseadas” y “poposeadas” que aparecen de continuo al pie de cada jardinera. Es una lucha constante hacer limpieza y regar algún líquido de limpieza repelente, para quitar los malos olores y las manchas que dejan las “gracias” que hacen los animalitos callejeros y no tan callejeros, pues no falta el irresponsable dueño de algún perro, que a propósito le deja hacer ahí sus necesidades, sin dignarse a recogerlas. Pero hay que conservar la calma, el buen humor, el optimismo y tratar de ser feliz. Total que la vida sólo tenemos una y hay que disfrutarla.
|