Bien se sabe que los ratones y los gatos son enemigos básicos de las rivalidades de la fauna, como lo son también, los perros y los gatos. Pues bien, en esta historia que les narraré quedará demostrado que hasta las rivalidades más convencionales pueden quedar por tierra cuando se impone la lógica de los sentimientos, cuando el amor traspasa toda imposición.
Ella era una gata morena, bien ingrata y aventurera, tenia polvo de estrellas en su mirada, pero estaba sola, jamás se relacionó con otros gatos de su especie, excepto para los asuntos de la pasión. Sin embargo, no era tan solitaria, tenía una gran empatía por comerse mariposas, por ronronear sobre el lomo de un paquidermo adolescente, y por su rareza, hasta un día se enamoró de un ratón, ladrón de queso y también de besos.
Siempre andaba a los manotazos por un trozo de pescado, siempre coqueteaba con la luna en la fresca briza nocturna de verano.
Una noche, la morena estaba sumergida en la contemplación de la luna y algo la distrajo de su abstracción. Era un pequeño ratón sobre el tejado de una casa, el pequeño tiraba agitadas sus manitas tratando de alcanzar la luna, el bribón pensaba que era de queso, el bocado más apetecible y bien proporcionado que hayan visto sus pequeños ojitos.
-Miiiiauuu, miauuuu…- maullaba la gata, tratando de captar la atención del pequeño roedor, mientras pasaba cautelosa frente a éste.
El ratón era un descarado, que ante el coqueteo de la morena se le trepó por la cola hasta llegar a su lomo suave y escaló con agilidad sobre la cabeza de esta minina, a toda prisa quería alcanzar la luna.
La morena refunfuñó irritada y pensó que ese ratón era un ingrato y un descarado, dio media vuelta y más vueltas, tratando de atrapar al roedor por las orejas, se bajó del tejado y se revolcó por la hierba nocturna. Menudo mareo tenía ese ratón, pero era tan obstinado como la gata y se aferró a su delgado cuello para domarla.
La morena se llamaba Natasha, y abatida se recostó cansada en la fresca hierba, el ratón había ganado por esa vez. Bajándose de su cuello, le habló a la morena:
-Pues negra minina, ¿cómo estáis vosotros? Me llamo Serna y estoy a sus órdenes, no me miréis con esos ojos que me terminarás enamorando… -el ratón era catalán y poeta.
-Grrr, vos sos un pequeño bribón que menudo mareo me has pegado, yo quería jugar con vos, y me has domado como torero endiablado. –Natasha lo miraba con desconfianza.
-¿Qué coño dices, morena? Yo sois un buscavidas, un poeta, un soñador, he sobrevivido en el estómago de un león, he peleado con un gordo y adolescente elefante por un bocado de cacahuete, he puesto en su línea a la R del abecedario porque se creía la reina y ni a vocal llegaba la quimera, he dejado mi Patria porque me embarqué a buscar el queso más grande que han visto mis ojos, ¿lo veis? Lo han dejado olvidado en el cielo. -se confesó e interrogó insistente el pequeño.
-Pero que sos tonto, esa es la luna, y es mi amiga y ni pienses que te permitiré que la comas, ni que le pongas una de tus manitas encima. –le dijo Natasha encrespando el lomo.
-Arisca gata loca, ¿qué tan duro tenéis el corazón, morena? Déjame quererte, mi cielo. Yo no te tengo miedo. Tan guapa y tan mala, ¿no me dejarás comerme aquel queso? -dijo Serna, tratando de que Natasha fuera más flexible en sus pensamientos.
-¡No!, eres obstinado Ratón, ella es una luna y no es un queso, y yo soy una gata y no una ratona, acaso, ¿me parezco a la Minnie Mouse? -entonó con disgusta jocosidad Natasha.
-Tú no sabéis a qué sabe la luna, ¿verdad? Vayamos a la cima más alta y bajemos el Gouda Gruyere y verás que sabroso sabe. Compartiré contigo el motín si me haces base pa' treparme a ese delicioso cuello, perdón, quise decir a ese queso.–persistía el ratón.
Entre idas y vueltas, el ratón se montó sobre la morena y juntos fueron a la cima más alta, esta cima se ubicaba en una de las sierras de Córdoba, Argentina. El aroma nocturno a cipreses y a eucaliptos era una bocanada de vida en los hocicos del roedor y la felina.
La calma lo invadía todo, cuando el trecho hacia la cima se hacía más corto, el brillo que irradiaba la luna se intensificaba de manera deslumbrante, todas las sombras se agigantaban.
La morena accedió al pedido de Serna, para comprobarle a ese pequeño obstinado que la luna era parte del universo y no un Gouda Gruyere.
En ese largo y manso trayecto, el ratón se quedó dormido sobre el lomo de la felina, aferrando con suavidad sus manitas al cuello de la morena.
Natasha estaba obnubilada por el resplandor de esa hermosa y llena luna; sentía sobre su lomo el agitado latido de un ratoncillo loco, también percibía su latido al unísono del otro. Una melodía de corazones se proyectaba en esa noche de luna de queso y en esas manitas aferradas con dulzura y destreza. ¿Acaso, la minina se estaba enamorando de ese trovador descarado?
Al llegar a la cima, el ratón había despertado, el pequeño saltaba extasiado de tener sobre si mismo la silueta deliciosa de esa luna de queso, Natasha sabía que a pesar de los oficios del ratón, éste no era astronauta y de loco nomás pensaría que podría alcanzarla.
El ratón sacó de su pequeño saquito un escarba dientes, ¡sí, un escarba dientes!,
-Además de queso, ¿pensará que también es una piñata la plateada dama?-se dijo a si misma la minina.
El plan consistía en que el roedor se ubicaría sobre la cabeza de la morena, practicaría un par de saltos, porque según él, ganó un concurso de alpinismo en la ciudad de Galicia.
Ambos animales estaban preparados, ni bien la luna se hallaba a metros del ratón, éste respiró profundo y pegó un salto en lo alto, con el escarba dientes aferrado a sus menudas manos. Hizo un par de piruetas en el aire y se disponía a caer por un barranco de piedras cuando la morena lo tomó del pescuezo en el preciso instante que se precipitaba la fatalidad. Lo tomó con decisión y bajó de la cima hacia los prados de cipreses.
Serna comprendió que nunca alcanzaría la luna, que dejó su Patria por una utopía absurda, que esa gatita solitaria había accedido a sus caprichos y encima le había salvado la vida, a tiempo y ¡tan decidida!.
El roedor quiso agradecerle a la felina obsequiándole su saquito de gamuza verde, cuando de repente, sin proponerse, esa morena levantó hacia él la mirada y en sus ojos yacía la oscuridad más hermosa que jamás había visto en su vida, desde ese pozo oscuro resplandecía un intenso polvo de estrellas, un pozo que ardía como la hoguera donde se consumen y se reavivan los arrebatos de pasión en el transcurso de la existencia.
El roedor se enamoró, quedó bobo de amor con esa mirada de noche escarlata, con esa morena que le salvó la vida y en ese preciso instante se la dio íntegra porque para siempre le ofreció su amor y de la representación de todos los tesoros que lo conformaban se vacío, para ofrendárselos a su gatita Natasha.
...Y colorín que te cuento,
así culmina esta historia de amor y de queso.
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