El sol apenas aparecía por los campos y se oían los sollozos de un joven.

Sus lamentos rebotaban en el silencio.

Para los rosales era costumbre escuchar estos gemidos desde el viernes al domingo y sentir cierto hálito fuerte que le acompañaba.

Pero, esta vez era distinto porque no había balbuceos inentendibles y el joven no dejaba de llorar.

Hasta que una rosa se compadeció y le dijo, acércate al rosal "soy yo".

Aspira de mi fragancia y observa mis colores, me han dicho algunos que eso les sana.

Y así fue y el joven se sintió nuevamente contento y empezó a ir a todas horas, no importaba si dormía o se alimentaba, no importaba si había lluvia y quería replegarse.

Tenía que estar para ese joven que decía ya no tener paz sino le observaba.

Un día la rosa dijo !basta!, ¡es tiempo de que encuentres ya tu propia paz! Y el joven insistía que no había paz sino en su compañía.

Esta vez no había sollozos, sólo discusión, después gritos y luego nada...

Y esa nada rebotaba esta vez, como los sollozos en el silencio.

Mas tarde, un hombre hacía dedo en la carretera. Se veía cansado y sucio.

Y mientras el conductor no quería bajarse a preguntar, el hombre se unía en la parte trasera de la camioneta al joven que se quitaba los pétalos de rosa ofuscado y molesto.

Desde ese día en que la nada rebotaba como los sollozos en el silencio que los rosales callan y los lamentos no son consolados.