Había una vez un mundo en donde la gente podía conectarse a la mente de la otras personas.

Sucedió que algunos eran elegidos para ser famosos y ser verdaderos televisores vivientes, con mucha gente conectada a su vida: mente, emociones, ideas y pensamientos.

Hubo uno que se le ocurrió agregar publicidad comercial a sus ideas. Y vio que esto era beneficioso. Se ganaba poder sobre el azar con la ayuda de las acciones de grandes empresas.

Hubieron otros que tuvieron ideas rebeldes que iban en contra del régimen imperante, podían influenciar a su público de manera insubordinada. A esos les cerraban su tercer ojo, de manera que comenzaban a perder el contacto con la realidad y a desconocer qué sucedía a su alrededor. Pero su mente seguía abierta para lo que quisieran pasear por su vida. Cuando el rebelde se volvía incontrolable, el régimen imperante ponía en acción una lenta posesión de la mente: hipnotismo, pérdida de identidad y del yo, hasta que finalmente se convertía en un esclavo de la publicidad, una marioneta.

Pero no todo era tan catastrófico en este mundo. Existía una isla donde la gente vivía sin estas distorsiones mentales. Eran los “salvajes”. Sin embargo, como el mal siempre está presente, se halló una forma de entrar en la mente de estos pobres salvajes y convertir a la isla en un verdadero zoológico-estadio publicitado. Bueno, no puede existir un mundo feliz ¿no?. Al menos esas almas no sabían de toda aquella parafernalia y vivían ingenuamente en gran felicidad.

Solo de vez en cuando había alguno que cuestionaba su excelente suerte, o bien, su maldita mala suerte.