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Inicio / Cuenteros Locales / OstraParlanchina / ¿En qué piensa una deidad cuando ve a un ser amado?

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Cuando la vi, ella ya me veía; callada, con solo los ojos por encima de la superficie. Eso fue lo primero y único necesario para hechizarme, sus cristales almendrados.
En un viaje tan largo como ese no te queda más que tener infinitas contemplaciones al paisaje, y esa noche no fue la excepción. Solo miraba el río pasar y la abundancia de árboles rodearme con aire de verdad. Estaban las estrellas, pero me había quedado sin números para contarlas, así que me pegué con el río, y ahí fue cuando la vi. Debí asustarme, pedir ayuda y lanzarle un buen nadador o algo, era la cabeza de una mujer que salía lentamente de en medio de la nada en el río; pero se le veía tan oriunda, conocedora, capaz que solo atiné a contemplarla. Nos vimos mucho, horas, días, un par de vidas… entendí que ahí el tiempo no pasaba, ahí con ella, quiero decir. Como dije, para este momento yo estaba embrujado, no podía dejar de pensarla y solo era media cabeza. Con delicadeza afloró el resto de ella: sus pómulos pronunciados, su nariz abultada, su sonrisa... bendición o maldición, ella solo sabía sonreír; cuello, pechos, pancita, manos de relojera, caderas nacionales y pies de geisha. Toda ella estaba frente a mí, parada sobre el río, mirándome. Me hizo saber que dentro de mis límites como mortal no había forma de pronunciar su nombre y que solo era ‘Ella’; la comunión de todas la mujeres que he visto y querido alguna vez (Como peruano alienado que soy, pensé que se pronunciaba ‘Ela’ y como criollo cariñoso, con el tiempo, le empecé a decir Ellicita, escrito con ‘C’, por regla general; todos entendemos eso ¿no? Taza, tacita; mazo, macito; Ella, Ellicita, Ellisicita. Se entiende) y que estaba aquí por el peso de mí corazón.

Lo nuestro fue casual. Ella decidió que la viera de casualidad. Yo solo pasaba y la vi elevarse de las aguas, sigilosa, sinuosa y brillante como polvo de lumbre. La vi sonriente y almendrosa. Me miró. Me miró con ese vestido blanco que solo le queda a ella y solo eso le bastó. ¿Qué maleficio usó esta criatura? ¿Por qué no puedo dejar de verla? ¿De olerla? Su aroma, su adentro. Huele lo que olerían las burbujas si fuesen maceradas en miel. Un girasol en medio de una lluvia torrencial. Ahora es cuando me vanaglorio de la suerte que tengo. Verano, luna llena, medio de la nada selvática, río creciente, planetas desalineados; estuve en el lugar y momentos precisos, y funcionó. Era la mujer de mi vida.
Pero todo esto ocurría inequívocamente aquí. Ella como ser físico y lo nuestro como algo posible. Nació aquí, a dos horas Marañón adentro desde San Regis. Nacimos aquí, donde las aguas de todos los pueblos llegan y se van, donde el caos y la creación no son más que palabras, donde la necesidad es saciada con imaginación. Aquí nació Eli, de mis fantasías de tenerla y de mi querer ser lo que ella necesita. Aquí Eli es feliz, de aquí es. Allá, en otro lado, todo es disonante, sin ritmo, no se baila ni en bolívar ni en ninguna parte. Los demonios te explotan en la cara; pero aquí, bajo un cielo sin tiempo, entre mi eterno viaje y mi querer como artista trascendental, aquí bajo la lluvia que no da respiro, justo aquí, donde nadie mira y el sueldo siempre alcanza y donde todos son amados como quieren y nadie es forzado a nada, Eli, Elicita, es vibrante.

Ató su corazón al mío, se acurrucó en mi hamaca y viajamos juntes. ¿Ya dije que con ella no hay tal tontería como el tiempo? Ella no hablaba, solo sentía; sus piecitos no tocaban el piso, fingía deslizarse; no hacíamos el amor, nos hacíamos, y si nos acabábamos, hacíamos más y más.
He fallado en el intento de plasmar con palabras lo mucho que sentimos y aprendimos ¿En qué creen que piensa una deidad cuando ve a un ser amado? Es una pena, compañeros mortales, que no hayan sido amados como yo lo fui.

El viaje de ahí a allá dura cuatro días y tres noches, pero parecían casi dos años a su lado. Lamentablemente llegó para no quedarse y lo supimos a primera vista.
El final del trayecto era el final de todo (de todo). Entre más nos acercábamos a tierra, más ajeno me tornaba. Juro que era inevitable, incontrolable; sabía a medias qué es lo que marchaba mal, pero no sabía cómo solucionarlo, y eso me frustraba y me llevaba a un bucle de rabietas y malas caras.
Para variar, Ella solo podía sonreír, comprensible. Estaba por encima de mi entendimiento su entendimiento. Ya nada se podía hacer, solo esperar y amar.
La noche antes de llegar a tierra no pude sujetar más; quiero decir que su corazón era más liviano que el aire, y que si mi corazón no sujetaba lo suficiente, lo que nos une no lo haría más y ella se iría; y así fue. Ellicita terminó su paso por aquí para elevarse al cielo, a uno hermoso; allá arriba sabían que iba. Estaba muy entrada la noche, igual todo se tornó en naranjas, amarillos y violetas, como a ella tanto le gustaba. Y empezó a llover.

A veces pienso que solo la soñé, que mis recuerdos no son más que sueños. Pero cada vez que me hundo en la nostalgia y mi ya no tan pesado corazón se llena de pena, empieza a llover.

Texto agregado el 14-02-2017, y leído por 58 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
17-02-2017 Una deidad como ella esta presente en la mente de cada uno o en los sueños. paulasol
 
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