Amanecida
vino como un búmeran tu imagen íntegra,
amanecida
los deseos hicieron de mi noche
una delicada poesía.

Amanecida
la brisa del verano
rozó la desnudez de mis piernas,
la luna dejó en su ida
un trémulo encanto,
un arrebato de amor en los labios de esta fiera.

Amanecida
te quedaste a vivir en mis pensamientos,
plantaste bandera
en la quietud de mi vientre abierto,
y queriendo que las mariposas fueran tus besos,
que las caricias de otro se desvanecieran
para que te hicieras presencia en mi aliento,
para que construyeras de pasión e indecencia
el interior de mis huesos,
¡Ay amor divino,
profesé tu religión
por un impulso del destino!

Amanecida
se hizo tentadora la siesta,
la fatalidad de la vida adiestra
me hizo soñarte
entre mis pechos de leche y de carne
para saciar tu hambre y mis carencias;
entre mis caderas dóciles y amables
te entregué a la mujer
que fue de tu vacío la parte faltante.

Mi amor,
te robé un beso de lengua y de fresa,
te robé el suspiro y al desvelo lo hice mío,
te desnudé de pasado y de nombres
y te acurruqué en mi alma
entre la sal de mis olas mansas,
para que te impregnaras de mi esencia
cuando te marcharas.