Las madres de entonces no sabían que hay lenguas con declinación. Ni que la función vocativo sirve para las llamadas al interlocutor. Ni que Ut es una conjunción completiva en latín. Ni que los monosílabos en general no se acentúan salvo en los casos de tilde diacrítica. Ni que Tolstoi es un escritor realista ruso. Ni que en 1868 hubo en España una revolución llamada "La Gloriosa". Ni que en los años 60 se produjo en la literatura hispanoamericana una corriente conocida como el boom. Ni que Azorín era el pseudónimo de José Martínez Ruiz. Ni que la velocidad es igual al espacio partido por tiempo. Ni que las plantas hacen la fotosíntesis de día. Ni que "bonjour" significa "buenos días" en francés. No sabían nada de eso ni muchas cosas más; pero sabían dejar las sábanas lavadas a mano como los chorros del oro dejándolas a solear enjabonadas con el jabón que, previamente, habían hecho en casa con los restos del tocino. Sabían hacer las mejores matanzas del cerdo. Sabían cocinar el mejor arroz con leche y las más exquisitas torrijas. Sabían zurcir y remendar la ropa. Sabían bordar manteles, hacer cortinas, ganchillar y tricotar jerséis. Sabían ,sin fregona, limpiar los suelos y dejarlos como la patena, y enjalbegar las paredes. Sabían qué comían todos los animales del corral. Sabían qué cuidados necesitaban las macetas que adornaban los balcones y los productos de la huerta. Sabían educar a sus hijos en el respeto y amarlos sin estridencias. Sabían ocuparse de sus mayores. Y, en tiempos de escasez, sabían hacer el milagro de los panes y los peces.
Todo eso y mucho más sabían las madres de entonces, las sufridas mujeres amas de casa, al servicio del hogar, auténticas profesionales, obradoras de prodigios.