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A Juan le costaba mucho salir de su casa, los años no pasan balde. El bastón fue la primera vertiginosa sensación de que todo se acababa. Luego, esa sensación de vacío, que se producía, cuando había mucha gente hablando y él solo escuchaba murmullos sin entender lo que estaban diciendo. Esos libros con letra pequeña que ya era incapaz de leer. El ahogo al subir una cuesta o unas escaleras. Ya había muchos lugares que le eran vetados por sus cuestas. Las prohibiciones del vino, la sal, la copita después de las comidas, las cenas copiosas y el tabaco.

Su hijo había insistido, llevaban más de diez años sin hablarse, ni siquiera su hijo se había molestado en informarle que había sido abuelo por segunda vez. El enfado por una tontería, su hijo de repente había decidido que él era extranjero. Bueno, en realidad no era así, era lo que él pensaba. Su hijo se había vuelto independentista. Y él no podía sentirse más que extraño, a sus comentarios y sus opiniones. Cuando su hijo decidió no volver hablar castellano porque era el idioma de los opresores: se atravesó el Rubicón. Cada comida familiar era una lucha, y a cierta edad es absurdo seguir pasando sofocos. Sabía que tendría mejor recuerdo de su hijo cuanto más distancia hubiera entre ellos. Pero hoy le había llamado su hijo. Y en castellano le había dicho que quería verle. Algo había pasado.

Él no quería ir, pero tenía que ir. El Sebas, como lo llamaban sus vecinos, nunca había faltado a una cita cuando sus hijos le habían necesitado. O al menos eso le gustaba pensar a él.

El cercanías, luego un pequeño recorrido hasta la parada de autobús de las Corts, el 54, y luego diez minutos andando hasta el chalet de la calle Prat de la Riba en la colonia de los periodistas. Un maratón a sus ochenta años. Dos timbrazos en el telefonillo, y antes que pudiera decir nadie hola, la puerta abierta con un zumbido. El crujir de las bisagras, un jardín cubierto de hierbajos, una piscina de agua verde, y una pala con mango oxidado junto a la puerta. Hacía mucho tiempo que nadie cuidaba ese jardín; pensó el Sebas. La puerta estaba abierta. Le costó subir los escalones del recibidor, ya no los recordaba y no contaba con ellos.

El salón en penumbras, las persianas bajadas y sólo una luz tenue sobre los sofás. Su hijo estaba sentado en uno ellos o eso vislumbraba él. La vista no es uno de los sentidos más fiables a los ochenta años.

- La he matado – dijo su hijo, en principio Sebas no entendió a qué se refería. Luego por casualidad observó una mancha marrón que parecía sangre seca en el suelo.
- ¿Que has matado a quién? – Fue la única pregunta estúpida que se le ocurrió decir. Era obvio a quien había matado. ¿Cuanto tiempo llevaría solo en esa casa?
- No quise, no quise. - repetía él.
- Tranquilo- dijo Sebas sin saber muy bien que decía. Estaba paralizado. Un escalofrío por su cuerpo. ¿Dónde estaba su nuera? ¿De quién era esa sangre? ¿Porqué le había llamado? No sabía si andar hacia su hijo o hacia la puerta. Hacía la puerta era una decisión absurda, nunca le daría tiempo a escapar. Si su hijo quería matarle no habría tiempo de huir. Ya no era lo suficientemente rápido. Agarró su bastón con fuerza, y empezó a andar al sofá donde estaba sentado su hijo.
- La quería, la quería más que nada en el mundo- repitió su hijo, tapándose el rostro. Sebas se iba acercando lentamente a donde estaba su hijo, la mano le sudaba mientras sujetaba el bastón. Golpéale ahora es la única posibilidad que tienes de salvarte. Te ha llamado para matarte eso está claro. En la cabeza primero, luego en la nuca se dijo el Sebas. A tus ochenta años tienes más fuerza de la que crees. No es que tenga miedo a la muerte, pero no pienso dejar que me maten sin que me defienda. El Sebas mientras levantaba el bastón y lo empuñaba con las dos manos. Vio que su hijo le miraba con cara de sorpresa. No me va a matar sin que yo me defienda pensó el Sebas. Su hijo no pudo reaccionar ante el primer golpe. No había esperado que su padre le golpease, sintió un mareo, y puso una mano sobre el cráneo, sintió humedad en la mano, trató de reclinarse, pero llegó el segundo golpe, vio la cara de su padre que gritaba algo. Pero él ya no oía. Trató de leer los labios. No me mataras gritaba el Sebas mientras le golpeaba por tercera vez.

No fue hasta ese tercer golpe cuando Sebas, se dio cuenta que su hijo había muerto. La cara de miedo y sorpresa de lo que hasta hacia un instante antes había estado vivo. Y sólo entonces se dio cuenta del ROTWAILER. Del perro muerto que sujetaba su hijo en los brazos. La cría que le había regalado el Sebas en los lejanos tiempos en que padre e hijo eran uña y carne.

Texto agregado el 12-02-2017, y leído por 72 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
12-02-2017 Un excelente trabajo, historia atrapante y final inesperado, buen manejo de los tiempos. Saludos desde Iquique Chile. vejete_rockero-48
12-02-2017 Qué error! Fatal! Las apariencias engañan y tenemos que tener cuidado. Triste historia bien contada. elpinero
 
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