Como en tantos otros días la luz del alba acaricio mi cara ayudándome así a comenzar la jornada. Desde un comienzo algo no andaba bien, como todos los días tome una ducha para despabilar y extrañamente el agua de esta era realmente helada, me seque y vestí y fui hasta la cocina, para encender el calefón, suponiendo que se había apagado. Lo más extraño no fue ver que este estaba encendido, lo verdaderamente extraño fue no encontrar a mi familia desayunando como todas las mañanas, tampoco se encontraban en la casa.
Todo era una total rareza, tome mi teléfono y llame a mi esposa, Isabel. Luego de unos segundos alguien contesto, pero no era ella, la voz era la de un hombre, que con tono asustadizo solo se limitó a decir hola unas cuantas veces como si no me escuchara hasta que corto.
Esto hizo que me preocupara realmente, hui corriendo de la casa en dirección a ningún lado, era un día increíblemente frio, todo estaba congelado afuera, aunque era verano, tal vez por ese motivo la gente no llevaba abrigos, tal vez no imaginaron que sería un día tan frio.
No podía recordar nada, solo a mi esposa y mis dos pequeños hijos, Víctor y Sofía, con su habitual sonrisa. Quería que terminara esta pesadilla, por lo que emprendí una odisea por la ciudad, aunque sin éxito. En los posibles lugares donde podría estar mi familia parecía no haber nadie, ya que ni siquiera contestaban al llamado de la puerta.
Decidí volver a casa y esperar. Estaba muy lejos, por lo que aproveche un taxi libre que esperaba en un semáforo. Subí, le di la dirección al chofer, el no contesto y tomo un camino opuesto al que debería haber tomado. Grité y forcejeé, pero él no se percató, me ignoro por completo. En el siguiente semáforo se detuvo y baje a toda prisa. Una vez que ubiqué mi localización decidí emprender la vuelta a casa caminando.
Cuando estaba llegando veo que las luces estaban encendidas, entre y allí estaban, grité de alegría y sentí alivio al ver que estaban bien. Abrase a mi esposa y mis hijos, ellos no reaccionaron, tal vez estaban enojados porque no llegue para la cena; siguieron con sus actividades como si nada, como si yo no estuviese allí.
Me relaje en el sofá, debo haberme quedado dormido. Cuando desperté estaban mis dos hijos a mi lado, en el otro sofá Isabel reposaba en el torso de un joven y apuesto hombre. Miraban televisión y reían, parecían muy felices. Frente a mí se encontraba un antiguo espejo, jamás lo había visto en la sala ni en ninguna habitación de la casa, mire sobre él, solo había un largo sofá con dos alegres niños y un espacio vacío. Fue ahí cuando todo lo ocurrido en el día tomo sentido. Mi cuerpo se endureció, solo había preguntas y el saber que no tendrían respuestas, que jamás podría volver a disfrutar de mi familia y que además está ahora era feliz junto con otra persona, hizo que la desesperación se apoderara de mí. El tormentoso sufrir se torno insoportable, tome un abrigo, bese a mis hijos y me entregue al tétrico paisaje sumergiéndome en un infierno tan frío que quemaba.
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