Cruje el piso en las noches, a veces se escuchan quejidos que se disipan en la oscuridad y resuenan como si proviniesen de ultratumba. La oscuridad teje cuerpos fantasmagóricos, el aullido de un perro se transforma en música incidental para toda esa pesadilla nocturna. Resuenan pasos sigilosos y sólo el aleteo de un pájaro anochecido distrae la escena y uno desearía asirse a sus alas volar con esa ave agorera y librarse de esas sombras y de esos sonidos extraños.

Las horas gotean su monocorde tictac y hasta parece que se transformaran en un charco oleoso creciendo al costado del lecho. Las dos de la madrugada, insomnio pegajoso tratando de no abrir los ojos, para no desalentar a la brizna de sueño que pudiera allegarse. Nada. Las tres de la madrugada, con los espectros desatados, cadenas, gemidos y risas de brujas en orgía; más transpiración, la luz de la lámpara que deshace las sombras para presentar el mobiliario que permanece allí, enhiesto, con un par de sombreros en sus perchas y dos camisas en busca de su dueño. Nada más. Los ojos palpitan ante la inanición de sueño, pero este no se visualiza ni en los próximos segundos, ni en una hora más y quizás ya no regresen esos ángeles que anestesian los párpados e inoculan palabras bellas para adormecer el alma.

Las cuatro, la radio está a un paso y uno la enciende para intentar disfrutar de una bella melodía que propicie el ansiado relajo que después alentará el sueño. Pero no, no hay música, pero sí muchos locutores ofreciendo milagrosos remedios contra la depresión, las rabietas, los malestares estomacales y el molesto insomnio. Se ha comprobado que todo lo que ofrecen es fraudulento y eso a uno lo encoleriza. Ya no hay esperanzas de pegar una pestañada. Las sombras regresan con sus ecos vernaculares y no asoma ni el bosquejo de una pestañada en esta noche negra.

Pero suena la alarma del celular, que es la infamia de un llamado equivocado o alguien que anuncia algo catastrófico.
“¿Raúl?”
“Si, ¿Quién habla?
“Soy yo Teresa.”
“¿Qué sucede?
“No podía dormir y me acordé que tú a veces sufres esos ataques de insomnio que son una mierda y me pregunté: ¿Lo llamo? Y te llamé.”
“Ah.”
“Y claro, aprovecho para contarte que mañana viajo a Londres y no quería partir sin despedirme de ti, que has sido tan buen amigo, que siempre has estado en los momentos complicados para mí y además quisiera saber si tú aún acudes a esos grupos de Reiki, que son tan beneficiosos. A mí por lo menos, me cambiaron la vida. Te contaré que voy a un hotel y allí me encontraré con la Rosa Stefens, ¿te acuerdas de ella? Está muy bien la chicoca y me servirá de guía para conocer lo más importante de la ciudad, su gastronomía, su arte, su niebla, jajaja, eso es de mi cosecha. Pero no te preocupes que yo te enviaré todos los días un Whasapp contándote como lo estoy pasando y te enviaré fotografías de los lugares y todo eso porque eres mi amigo y bla bla bla…"

El despertar es brusco y uno abre sus ojos para constatar que son las nueve de la mañana y en las manos aún permanece el celular. La panacea para el insomnio ahora vuela a destinos lejanos.