Griselda se animó a tener un hijo a pesar de sus 46 años sin conocer parto ni juego preliminar alguno. Simplemente, un domingo despertó con esa idea clavada en sus neuronas cerebrales: Tener un hijo sin casarse es, en la actualidad, tan normal como tener Facebook; en pocos días su idea se empezó a materializar y su timidez respecto a los machos de su especie disminuyó significativamente.
El hecho es que se embarazó antes de lo que ella pudo imaginar; nadie le advirtió que si bien en las fiestas y farras ruidosas, abundan los hombres donantes de semen, la calidad de los espermas, suele estar en inversa proporción al consumo de alcohol del donante. Nadie le dijo que iba a ser tan penoso, por no decir tan doloroso como caro.
Los extraños en copas, cuando van a ser donantes de esperma, no tienen buena puntería y prácticamente desconocen los modales; para colmo, para asegurarse la inseminación, ella pensó que lo prudente era aceptar tantas donaciones como sea posible, con lo que se expuso a riesgos de cálculo e infecciones populares.
Su embarazo, le enseñó a la mala, demasiadas cosas, incluso llegó a comprender el porqué de la manipulación biológica, que dispone macho y hembra, padre y madre en eso de traer niños al mundo, tan caóticamente organizado al respecto.
Cientos de llantos y arrepentimientos, sentimientos diversos y mero dolor, sazonado con los ahorros de años de soltería sobria y razonada, dieron lugar ese día jueves, a un parto de riesgo, que no tuvo desenlace fatal, por intervención oportuna de un experto neonatólogo que providencialmente, visitaba ese momento la sala de partos del Centro de maternidad pública, donde nació Gonzalo, un niño autista.
Malas decisiones, cuando involucran a terceras personas, son semillas de tragedias muy frecuentemente. Pero ella era humana y se entregó a su hijo; con escasas luces cognitivas, pero salud y decisión de salir adelante “por su hijo” y con el apoyo de su familia, crió a su pequeño, delgado, pálido y de finas facciones, que de alguna manera, quién sabe por el poder del amor materno, logró cierto grado de comunicación con su madre y sus abuelos.
A los ocho años de Goni, su madre prácticamente acosó por días, a un especialista en autismo arribado a su ciudad por un congreso internacional, fue demasiado imprudente e incluso maleducada. Hasta las personas más dedicadas, tienen esos días en los que es mejor no discutir con ellas y eso es lo que precisamente hizo doña Griselda, el día en el que impuso una entrevista con el especialista.
El experto, luego de respirar profundamente y viendo que su tiempo ya había concluido, le dijo que le parecía muy bien que como madre, ella sepa cómo podría evolucionar su hijo, lo importante es la convicción en salir adelante, los autistas pueden llegar a sorprender a todos y que incluso, si ella lo veía tan positivamente, no sería mala idea comprar una patineta y ver como el niño se tornaba en campeón, dicho lo cual, sonriendo y sin dar lugar a mas conversación, se retiró.
Raro como puede parecer, al año de dicha entrevista, en una seria depresión al constatar el nulo desarrollo de Goni y su ensimismamiento en cualquiera de las esquinas de cualquier ventana, fue a un almacén deportivo y compró una patineta de calidad. Llegó a su casa y luego darle un beso en la frente, puso el presente en frente de Goni mientras decía: -No se mi amor, solo recuerdo que un especialista dijo que podría comprarte una patineta...- y se quebró en llanto, se descontroló emocionalmente como nunca ante los había hecho. Por curioso que parezca, le fulminaron en su crisis, vívidos recuerdos de esa madrugada casi diez años atrás, en la que decidió ser madre a como dé lugar.
Las mujeres no pueden rendirse, no han evolucionado para ello. Griselda se quedó dormida en la alfombra con su hijo y su hijo se concentró en la patineta.
Decir que fue algo espontáneo y natural, que el cuerpo y mente de Goni estaban diseñadas para algún día fusionarse con cuatro ruedas, dos ejes y una tabla, suena poco realista. En una semana exactamente, Goni se había caído de la patineta de todas las maneras teóricamente posibles. Sus abuelos hicieron un problema, pero su madre negó cualquier discusión: Goni y la patineta, eran cosa de Goni.
Al mes, el niño ya había inventado nuevos modos de caerse de patineta, sus habilidades alcanzaron un pico casi inalcanzable. Nunca había llorado antes, no lo hizo hasta el final. La última caída, no dejó de preocupar a los que tuvieron la desgracia de verla, pero fue literalmente, la última caída.
Constatada su calidad de maestro en caídas, Goni se percató que era maestro en hacer lo que quería con una patineta y nunca volvió a ser el mismo.
Red Bull es una marca muy criticada por sus millonarias inversiones en deportes de riesgo extremo, que más de un par de ocasiones, dieron por resultado la muerte del protagonista y todo ello para incentivar el consumo indiscriminado, de azúcar hermanada con químicos estimulantes, parapetados detrás de una mega dosis de cafeína. Más allá de esas críticas, gracias a Red Bull se han producido hazañas sorprendentes. Goni es una prueba de ello, llegó a ser estrella de la marca asombrando a todos con sus locas aventuras en skate, pareciera que nada lo detendría; si había una superficie apta para permitir el juego de ejes y tabla, había donde correr, saltar, hacer piruetas.
Para alguien que domine una tabla con ruedas, como lo hacía el hijo de Griselda, la sociedad de consumo le proporciona lo que quiera y no exagero. Tal vez precisamente en medio de las opciones y situaciones VIP que vivió Goni hasta sus 18 años, hubo hechos que resetearon sus neuronas o circuitos neurales.
El asunto es que antes de cumplir los 20, se vio a Goni abandonar los juegos extremos, no volvió a subir a tabla alguna y se retiró a una región alejada de Japón. Se sabe que es un discípulo llano de un templo budista a los pies del monte Ontake y no tiene comunicación con personas por meses. Entregó todas sus propiedades a su madre y partió sin explicación ni problema.
Griselda siempre sonríe y hace el bien, no es budista ni practica religión alguna, pero doquiera ella vaya, tiene dentro suyo el abrazo fuerte de Goni al despedirse de ella y su adiós: No fuiste tú quién decidió traerme al mundo, ni fue tu culpa que tu único hijo sea especial, no tienes nada de que arrepentirte, ni menos aún de enorgullecerte, fuiste buena madre, mereces una vejez digna y lo que acumulamos estos años debiese ser tuyo, cuídate y trata de no hacerte daño…
Las palabras las recuerda casi tan vívidamente como el beso de adiós que recibió en la frente de su hijo, el único beso que recuerda haber recibido de él. Agradece y aunque no tiene la costumbre de reflexionar sobre las cosas pasadas, sabe que hay cosas que uno hace sin saber por qué, contra todo sano juicio y salen mal. Sabe también que la vida es sobrina de la fortuna, el asombro y del arrepentimiento.
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