Nos venden un amor envasado
mariposas en tarros de cristal
tan frágil como ese sucedáneo
que publicitan a diario.
Una triste historia de dos
-nunca de tres, ni de cuatro-
maquillada de celos y mentiras,
envidias e inseguridades.
Un juego de roles
donde nunca elijes tu papel,
donde esa persona
debe cargar con todo el peso
de tu amor
-que a veces es mucho, y lo sabes-,
donde todo apoyo
cura
espacio
necesidad
recae sobre la misma espalda,
donde el tiempo
es eterno por obligado,
donde no se te permite
crecer o cambiar
a lo largo de la vida
de tu amor,
de su amor,
del suyo...
o del vuestro.
Nos venden un amor eterno,
romántico,
necesario,
controlador,
amor asfixia,
censurado por obsceno,
dependiente,
gris,
letal,
copia de la copia de la copia
de lo que ellos quieren que sea,
políticamente correcto,
encorsetado a base de normas,
que debe trepar la verticalidad
de vencedores y vencidas
de opresores y oprimidas
nunca de amantes y amigas
de seres sintientes,
sin más.
Nada más lejos de la verdad.
Con los (d)años terminas descubriendo
que el amor es sentir vergüenza ajena
y unas ganas inmensas de abrazarla,
que el amor es besar los mismos labios
sin que se te encoja ni duela nada,
llorar juntas
emocionadas por los mismos versos
que nos bailan desconocidos
a quienes terminamos
-también-
abrazando
con la voz y la piel temblorosa,
que el amor es sentirte en casa
entre sus brazos,
pero saber que hay otros
que son su hogar.
Que el amor es todo
sentirlo todo
vivirlo todo
llorarlo todo
tenerlo todo
perderlo todo
compartirlo todo
esperarlo todo
besarlo todo
morderlo todo
mojarlo todo
...y joderlo todo.
Porque el amor es todo
menos miedo.
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