El rio gris
Cuando nació Magdalena, sus padres no cabían en sí de puro gozo, era preciosa, muy pequeñita, con una carita risueña y unos ojos de color marrón muy brillantes y expresivos. Por lo que fue normal que desde el principio se convirtiera en la reina de la casa, bueno de momento en la princesa que sin duda llegaría ser la reina.
Y no es que fuera el primer hijo de aquella familia, Magdalena se encontró cuando vino al mundo con cuatro hermanos, pero ella era niña, la primera en aquel hogar, y por tanto la única que podía ostentar el título de princesa, que nadie la discutió.
Y como una princesa fue criada, con todo el amor de sus padres y hermanos, con toda la dedicación de todo el resto de la familia, disfrutando de todos los caprichos que pudieron darle. Cariño y ternura que Magdalena devolvió siempre con creces. Era un encanto de criatura.
Y como es lógico, al tiempo, la princesa dejo de ser un bebe y empezó a saber, o al menos intuir que había un mundo fuera de su casa que quería conocer. Y sus padres comenzaron, como era normal, a tener sus miedos y vivir angustiados por lo que pudiera sucederle. Ellos sabían de los peligros del mundo y era su obligación advertir a su inocente y pequeña hija que no todo era como en casa, y que fuera había que estar siempre vigilante y desconfiar de todo lo que no conociera.
Tarea no solo difícil sino también llena de matices, no querían que su hija fuera ni una timorata que recelara de todo, ni tampoco una cándida que se arriesgara demasiado.
Pero su hija crecía muy rápidamente, y su hija empezó a no querer estar siempre atada a su madre, y su hija cada vez quería conocer más cosas, y salir más y sentir la emoción de la aventura. Y aunque ellos sabían que era una evolución lógica y la única forma de llegar a ser adulta; temían y temían cada vez más el no poder controlarla, y no solo en lo referente a su comportamiento, sino también al miedo, casi antinatural, que sentían de que pudiera pasarle algún accidente irremediable .
Y aunque Magdalena era dócil y obediente, estaba en una edad en que lo que más deseaba era la libertad, salir con sus amigas, ir de fiesta y sobre todo, como la mayoría de los adolescentes, estar lejos del control de sus padres, a los que sí, los entendía, pero pensaba que se excedían en sus cuidados y miedos. Escuchaba sus consejos pero en la mayoría de las veces le parecían exagerados, le habían dicho tantas cosas, tantas veces, que casi podía repetirlas como un papagayo.
“!Magdalena, ten cuidado al elegir tus amistades!, ¡no te vayas nunca con extraños, ni muy lejos de casa!, ¡no te fíes de los chicos!, ¡no te quedes sola en un descampado!, ¡no hagas cosas arriesgada ni peligrosas, es preferible ser un poco cobarde que tener un accidente!”.
Y a todo obedecía, sin rechistar, aunque había una de las advertencias , que no podía comprender.
“!Y no te acerques nunca, pero nunca, al rio gris!”, le insistían.
Y no es que no quisiera obedecer, lo que ocurría era que no sabía que significaba lo del rio gris. Y no era porque no les hubiera preguntado un montón de veces, pero, la respuesta siempre era la misma.
“No tienes porque saberlo, pero ya te hemos dicho que jamás debes verle y mucho menos acercarte a él, te debe bastar con saber que el rio gris es el rio más peligroso que existe, al que jamás debes aproximarte, y punto”.
Bueno, la verdad es que no le preocupaba en exceso, cerca de casa había otros ríos a los que a veces iba con sus amigos a bañarse y el que hubiera un rio gris, le daba igual y no le inquietaba lo más mínimo.
Y así un día y otro más, Magdalena creciendo, Magdalena cada día más segura de sí misma y con mas amigos y amigas a su alrededor.
Y fue en una fiesta con ellos, en una merienda que celebraron en un bosquecillo no muy lejos de su casa, cuando sucedió lo que sucedió. Era una tarde de primavera esplendida, el bosque olía a flores, la merienda había sido magnifica, se habían reído y disfrutado de su juventud. Y ya cuando atardecía a uno de sus amiguillos se le ocurrió que podían jugar un rato al escondite. Magdalena fue la primera en tener que buscar a los demás, que fue encontrando entre risas y carreras, y ahora era a ella a la que le tocaba esconderse.
“Buscare un sitio bueno para que tarden en encontrarme”, pensó.
Y así y casi sin darse cuenta se empezó a alejar y alejar de sus compañeros, hasta que encontró una gran piedra que la pareció idónea para esconderse detrás. Y paso el tiempo y no la encontraban y más tiempo y tampoco, se había apartado tanto del grupo que nadie llego hasta allí.
“Bueno” se dijo al rato.
“Como no me encuentran volveré”.
Pero al darse la vuelta, vio entre los árboles, un poco más abajo de donde estaba, un rio, un rio gris. Magdalena sabia que el rio gris era tabú, pero la curiosidad fue más importante que los avisos y las prohibiciones. Así que poquito a poquito se fue acercando entre los arbustos para ver de cerca el rio gris, que brillaba como un espejo por la luz del sol, y con mucho cuidado avanzó y avanzó hasta llegar a su orilla.
“Que rio mas diferente a los otros” pensó.
“Y que grande es, se pierde en las dos direcciones, y que color tan diferente a los otros tiene, voy a ver si el agua esta fría o caliente”
Y se aventuro a tocarla, para llevarse de inmediato una sorpresa. “Anda si no moja y esta dura, seguro que puedo pisarla sin hundirme”.
Y la piso, al principio con miedo y luego con decisión y avanzo poquito a poquito hasta el centro del rio.
“Y no me hundo” pensó.
”Y está caliente, y no se oye el ruido del agua gris, y en el centro tiene una línea blanca que va a todo lo largo del rio. No sé porque mis padres dicen que esto es peligroso”.
Bueno, recapacito al rato.
“Me vuelvo al bosque a buscar a mis amigos y contarles lo que he descubierto que les va a chiflar”.
Y cuando ya estaba acercándose a la orilla, oyó de pronto a su espalda un ruido enorme, que más parecía un rugido, muy diferente a lo que nunca había oído en su vida, asustada, empezó a correr, para salir del rio, con toda la prisa que le permitían sus cuatro cortas patitas, pero no le dio tiempo, el camión venia por la carretera a gran velocidad y paso una de sus ruedas por donde, para su desgracia, estaba nuestra inocente y desobediente conejita. De Magdalena solo quedo una pequeña mancha en el asfalto.
Los otros conejos de la madriguera, sus padres, sus hermanos, sus amigos y sus conocidos, nunca supieron que le había pasado a Magdalena, y porque nunca volvió y aunque la buscaron desesperadamente por el bosque no se atrevieron a acercarse al rio gris porque todos conocían el inmenso peligro que eso suponía.
Fernando Mateo
Enero 2017
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