En aquella pequeña mesa del café, vi sus ojos cristalizarse, observé como fruncía el ceño, apretaba la boca y acariciaba el segmento de papel que debía firmar, esta vez era definitivo.
Mi corazón latía intensamente y se pasmaba por momentos, anhelaba seguir unida a él, pero no era lo mejor.
Un tercer sujeto nos miraba a ambos con cara de confusión, arrugaba su frente marchita e intentaba escudriñar nuestros pensamientos.
Pasó, el bolígrafo bailó en ambas hojas llevado por su mano, esa mano que tantas veces me guió en las discotecas, ahora acompañaba el último baile sobre un papel.
Me apresuré a tomar las hojas y firmar, soy de la idea de que si algo duele, entre mas pronto termine es mejor.
Quería llorar, quería gritar, quería explicarle que aún lo amaba, que me estaba muriendo por haber tomado esa decisión; pero me callé y sonreí cordialmente.
Todo acabado, una procesión de tres personas con caras largas se dirigió hacia la salida, nadie habló, acababamos de ser parte de un velorio.
Esa misma noche, debí encontrarme con el abogado, al momento de despedirme dijo:
-¿Se dio cuenta que él no quería firmar?
-Asentí con la cabeza
- Acariciaba la hoja y no lo hacia
- Volví a asentir
- El aún la ama
- Y yo también- contesté- pero esta relación no va para ningún lado- mis ojos se nublaron y la voz se me escapó.
El abogado bajó la cabeza, pasó la saliva y observó como me alejaba
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