ALEGORÍA PEDAGÓGICA DEL DOLOR
Después de haber experimentado la intensa vorágine de fiebre, esa horrible sensación de estar en el infierno, la sed que no se acaba y el sopor de la postración que involuntaria mata. Luego de haber suplicado morir-o vivir –no lo sé; he visto, como en el cielo titilaban estrellas, y que líquidas se colaban en mi cuerpo, pude sentir el hielo de la muerte filtrarse en mis venas que a modo de astillas penetraban primero mi carne.
¡Cristo! ¡Cristo! gritaba Yo en mi intento desesperado de alejar el dolor, una alegre evocación dirigida por mi conciencia, que laxa ahora buscaba aproximar tal dolor a quien lo padeció en extremo, en esas áridas noches en las que con avidez buscaba agua –noches por cierto interminables-pedía permiso al vil tormento para razonar con la poca claridad que aún tenía.
El día y la noche, ya no los distinguía, pasaban como se ve pasar a un sentenciado azuzado por la premura de la justicia. Había yo leído o escuchado metáforas intentando describir el dolor, el dolor del cuerpo, el dolor del alma y nadie en su descripción a ciencia cierta puede tan siquiera aproximársele , recuerdo que alguien dijo alguna vez-ya no recuerdo quién- que cuando el cuerpo duele, duele también el alma, considerando también el orden inverso.
Hoy, la noche ha cedido al amanecer, las estrellas en el cielo ya no irradian su brillo, ahora están expectantes, ellas saben del dolor, de mi dolor que quizá pudieron mitigar, o tal vez fue tan solo un espejismo, de esos que me siguen haciendo gritar a viva voz: ¡Cristo! ¡Cristo! Sabiendo que es el único que puede y que pudo comprender mi dolor, ahora llevo a préstamo la herida de su costado, el dolor… el dolor sigue, pero pienso que esto no es más que una lección del Gran Maestro : aquella en la que podré plasmar todos esos matices que imprime el dolor.
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