Diana caminaba por el suelo arenoso a paso perezoso. Estaba más interesada en su helado de naranja, cubierto de vainilla. Lo comía con cierta furia, con cada mordisco desafiaba al calor. Sus padres caminaban frente a ella cabizbajos. Ellos, al igual que Diana, vestían de negro.
Vestimenta adecuada para visitar al fallecido tío William.
Su padre, un hombre del pelo canoso y estomago de llanta, volteó para ver a su desinteresada hija. Para ella esto era lo mismo que una visita al zoológico.
- Diana, camina más rápido- su padre gritó a volumen medio. El cementerio no es un lugar para gritar.
Diana aceleró el paso sin dejar de enfocarse en su helado. Con un nuevo mordisco la mitad de este cayó al suelo para hacerle compañía a la arena.
- ¡Me cago en...!- dijo Diana entre dientes. Se calló antes de decir "Dios".
No quería que la escucharan. La castigarían sin dudarlo.
Esto joderia el resto de sus planes porque su mamá le había prometido que irían a pasear al día siguiente. Con sus zapatos nuevos pisoteó el helado del suelo hasta convertirlo en una masa marrón, que se fue secando con el sol ardiente. Diana se sintió miserable por unos segundos, la miseria aumentó cuando una brisa hizo que le entrara arena a los ojos.
Mala hora para olvidarse los lentes.
- Diana no te lo voy a repetir. Camina más rápido.
- ¡Ya voy!- gritó Diana.
- No grites, estamos en un cementerio. Muestra un poco de respeto.
- Hipócrita- susurró Diana.
Los tres llegaron a la tumba del tío William. Estaba rodeada de otros con apellidos impronunciables. Sus padres juntaron las palmas para hacer una oración.
La joven de 16 años hizo lo mismo. Era la oportunidad perfecta para descansar los ojos, aunque sea por un pequeño lapso de tiempo. Aún tenía la envoltura de su helado y su palito y ningún tacho de basura a la vista.
Retrocedió un par de pasos para encontrarse con una de las tumbas, un tal Gabriel Echevarría. De 1980 a 1996.
- Lo siento Gabriel- dijo Diana con una sonrisa malévola.
Puso la basura dentro de la tumba, lo más profundo que pudo para que nadie la vea. Sintió escalofríos cuando metió la mano, como si alguien la estuviera tocando. Su mano quedó polvorienta cuando la retiró. Se la limpió con la parte posterior de su vestido dejando su trasero de un negro pardusco.
Ella continuó con su rezo falso hasta que su padre la llamó.
- Diana, es hora de irnos.
Diana dejó el teatro y se reunió con su familia. Alguien más la seguía.
Era de noche. Una enorme luna blanca alumbraba un cielo sin estrellas. Los lugares que no alcanzaba la luz de la luna eran iluminados por los postes de luz, al menos lo que tenía los focos funcionando.
Diana dormía en una cama incomoda. Después de tantos movimientos entre las sabanas, como una salchicha pasando por una sartén, por fin pudo dormirse.
Un viento helado la congeló, haciéndola tiritar. Diana deseaba que su frazada fuese más larga para poder cubrirse la cabeza y abrigarse más.
El viento la golpeó con más fuerza, sus dientes parecían castañas de tanto tiritar. Estornudó dejando salir una telaraña de moco transparente de su nariz. Usó su frazada como un pañuelo gigante.
- Que asco- dijo alguien que no fue Diana.
La joven despertó, no tuvo que preguntar "¿Quien anda ahí?". La respuesta flotaba frente a ella, era un joven de su edad. Tenía el pelo negro abundante, los ojos muertos y los labios, pálidos. Diana pudo ver un par de pecas en su rostro fantasmal.
El fantasma puso su mano, de temperatura glaciar, en la boca de Diana para que no grite. Esto solo aumentó el pánico de la joven. Al ver que Diana tenía los labios blancos el espectro retiró su mano. Le advirtió que si decía una sola letra la iba a descuartizar.
- Mi nombre es Gabriel y soy un fantasma.
El espíritu cínico de Diana emergió de lo más profundo de su ser. Diana cerró la boca queriendo volverlo a meter dentro de ella. No pudo. Era una fuerza imparable como una bala hecha de acero.
- No jodas- Diana se arrepintió al instante, no quería convertirse en un espectro o en un pescado destripado.
El fantasma no se molestó. Al contrario sonrió maliciosamente.
- A eso vine. A joderte.
Antes de decir cualquier cosa Diana fue cortada por las palabras furiosas de Gabriel.
- Tu, repugnante ser humano, has arrojado una envoltura de helado en mi tumba. Quiero que la quites ahora mismo.
- ¿Ahora mismo? ¿No puede ser mañana?
- ¡No!- Gabriel le mostró una expresión propia de un demonio del infierno.
- Me puede pasar algo...me pueden matar.
- Mejor. Así tengo compañía.
Diana cambió el miedo por el enfado en un chasquido de dedos.
- Vete a la mierda- gritó.
El fantasma agarró el brazo derecho de Diana, quería arrojarla por la ventana. Gabriel usaba todas sus fuerzas, sin embargo solo pudo levantar su brazo.
Diana parecía una alumna deseosa por responder la pregunta de su maestra.
- ¡Suéltame!- Diana jaló su brazo liberándose de las garras de Gabriel- mañana sacaré la basura de tu tumba... porque veo que no puedes hacerlo tú- una risita burlona reemplazó su furia.
- Buenas noches- Diana volvió a dormir.
El fantasma hervía de rabia. No iba a permitir que lo humillaran de esa manera. Tenía que hacer algo. Como no podía cargarla optó por arrojarle algo pequeño pero muy dañino.
En el escritorio, frente a él, había una lámpara vieja.
Perfecto.
Diana se retorcía en busca de comodidad. No la encontró así que abrió los ojos, solo para encontrarse con Gabriel sosteniendo su lámpara.
El espectro arrojó la lámpara a la cabeza de Diana. Esta se rompió con el contacto de su cráneo. Gabriel quería reírse a carcajadas pero la sangre que salía de la cabeza de Diana no le provocaba ninguna risa, mucho menos una carcajada.
Diana limpió y nadie podía limpiar su tumba, pensó Gabriel. Esto lo decepcionó mucho.
- Adiós.
- ¿Adonde crees que vas hijo de puta?
El espíritu de Diana flotaba a pocos centímetros de su cuerpo. Tenía un rostro asesino y unos deseos de matar que no podía contener.
¿Para qué hacerlo?
Diana no le dio oportunidad a Gabriel de reaccionar y le golpeó en la cara hasta cansarse. El rostro de Gabriel dejó de parecer humano para convertirse en una colección de chichones y moretones.
- Lárgate. Si te vuelvo a ver te mato.
- Ya estoy muerto.
- ¡Que te largues!
El fantasma se fue volando dejando a Diana sola.
El cuerpo yacía en el suelo. La sangre dejó de salir de la cabeza, su cabeza. El cuerpo no se movía, no tenía alma.
- Vale la pena intentarlo- dijo Diana con desconcierto. No quería vagar por toda la eternidad como Gabriel.
El espíritu de Diana entró en su cuerpo inerte. Al despertar Diana inhaló todo el aire que pudo. Era como si hubiera aguantado la respiración por dos minutos.
Su cabeza le dolía muchísimo. Su cabello estaba duro por la sangre seca. Sus piernas eran fideos a medio cocinar. Al dar el primer paso se resbaló con su propia sangre golpeándose la cabeza.
Todo se volvió negro.
Tres meses después.
Diana caminaba con pasos débiles a la tumba de Gabriel. Le dio el último mordisco a su helado de chocolate, guardó la envoltura en su bolsillo y sacó la vieja envoltura de la tumba.
Deberían limpiar este lugar más seguido, pensó. Se quitó ese pensamiento de su vendada cabeza y dejó ambas envolturas en la tumba de Gabriel.
Era como dejar un ramo de flores, solo que más barato y delicioso.
- ¡Diana! ¿Que estás haciendo?- su padre la agarró de una de sus muñecas y, bruscamente, la alejó del cementerio.
Su madre sacó las envolturas y las puso en su bolsillo. Antes de irse rezó una oración en honor al muerto.
- Amen.
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