Mañana de Lunes
Una bochornosa mañana de enero en la ciudad que recién despertaba. El Obelisco de la Ciudad de Buenos Aires, testigo de un mundo de pasiones que deambulan por las calles. Lejos de asemejarse a las turbulentas mañanas de otoño, la urbe se tomaba un respiro veraniego con menos transeúntes, aunque siempre con los mismos rostros; mezcla de zozobra, cansancio y aburrimiento.
Mis compromisos laborales me llevaban a este punto neurálgico en busca del metro que me aguardaba en la entrañas de la tierra.
El vaho y las llamaradas que salían de sus fauces anticipaban el calor de sus entrañas dando la idea de lo tedioso que iba a resultar el trayecto.
Mientras bajaba por las escaleras, sorteando al malón de gente que huida despavorida, un personaje inusual me sorprendió sobremanera.
Un señor mayor, delgado, con importantes gafas acuclillado en el primer escalón en la base de la escalera observando el desfilar de almas que recorrían los pasillos.
A su lado, una pequeña lata pidiendo colaboración a los transeúntes.
Lo que más me llamó la atención fue que se hallaba abarrotada con billetes de todas las denominaciones.
Una situación que pocas veces ocurre, en una ciudad indiferente al padecimiento ajeno.
¿A que debería su éxito?
Me detuve un momento a observar este inusual espectáculo que me llenó de gozo y satisfacción, haciéndome reflexionar sobre la vida y los padecimientos humanos.
Portaba una tibia sonrisa acompaña de gestos amistosos dándole la bienvenida a los que atravesaban su espacio.
-¡Buenos Días, que tengan una buena semana!-
-Gracias y muchos saludos a sus familias
La sola mención de esas palabras hacían estremecer al más egoísta de lo mundanos, que hurgaban un sus bolsillo, detenían su marcha y le acercaban sus contribuciones a la pequeña lata que lo acompañaba.
Casi todos le respondían, los más expertos hasta lo llamaban por su nombre, y casi todos le dejaban lo que podían.
Casi un ritual de la gente hacia desdichado, que nada pedía, que solo les deseaba que la pasen bien.
Lo miré, como casi nunca miramos al que pide, alzó la vista y me dijo:
-Que tengas un buen día
Le agradecí y seguí mi marcha; solo por unos pasos; retrocedí, le deje mi contribución, recibiendo el calor del agradecimiento de aquel señor que supo cambiarle la cara al lunes.
OTREBLA.
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