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Me gusta caminar, aunque la canícula a veces se haga insostenible. Pocas personas se aventuran a hollar la calle tórrida a la que ni los árboles le hacen mella con sus ramas menguadas. Los perros descansan y siempre hay una limosna de sombra para ellos. Pero, todos los días, casi a la misma hora, confluimos en algún lugar de esta rutinaria travesía con un señor que luce una apariencia algo descuidada, con sus cabellos en desorden y una barba que sin parecer la insignia de los ermitaños, se nota que oscila entre el descuido y una que otra manito de gato. Confluimos, digo, porque nos topamos para yo aventurar una mirada furtiva sobre su persona y aunque pudiera pensarse que él hace lo mismo, eso no ocurre. Pasa con sus ojos ensimismados y quizás con que pensamientos bailándole en la testa. A veces pareciera rezongar algo, cierta preocupación puntual o tal vez un descabellado monólogo con sus propias inexactitudes.

Sucedió que una tarde escuché cantar a alguien una bella canción que era maltratada por las desafinaciones. Es una de esas residencias de buen estilo que abundan en la cuadra y la voz varonil, que bastante empeño le ponía, parecía desgañitarse tratando de alcanzar las notas altas. De todos modos, agradecí la interpretación, porque en mi mente recompuse dicha melodía con sus tonalidades perfectas, que invitaba a la relajación de los sentidos. A veces pienso que soy de las personas que ve el vaso medio lleno hasta en la más infame de las sequías.

Pues bien, pronto supe que el señor que cantaba con desgarrador acento, era nada menos que el mismo con el que compartimos casi todos los días la vereda en una estrechez casi íntima que se diluye en cuanto nos damos las espaldas. Y ahora tengo una parte más del eslabón que podrá permitirme conocer al frustrado barítono. Tal vez algún día le salude al paso (a lo más, hará un gesto indescifrable, una reverencia o simplemente será una indolente estatua que rodará en sentido opuesto al mío). O bien, es un señor sediento de comunicación, un majadero personaje que me colmará de ambigüedades y de interrogantes que al final instalarán un buen poco más de locura en mi seso ya algo resentido.

Pues bien, hoy voy contemplando otras viviendas, otros perros enrollados bajo otra sombra benévola y un sendero por el cual no pulula nadie. He cambiado de calle, simplemente porque de personajes obsesos con actitudes extrañas ya estoy colmado. Uno más quizás no hará la diferencia, pero en ese caso, conmigo mismo me basto.










Texto agregado el 25-01-2017, y leído por 217 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
25-01-2017 Prueba con el típico adiós don pepito, adiós don José. Buena narrativa. ***** grilo
25-01-2017 Prueba con el típico adiós don pepito, adiós don José. Buena narrativa. ***** grilo
25-01-2017 Te aplaudo la capacidad de encontrar en la caminata cotidiana, una narración entrañable y llena de texturas, me sirve de ejemplo al quejarme de que no tengo tema para escribir. Saludos! -Vincho-
25-01-2017 Creo que todos somos personajes, unos alegres, otros dramáticos, más de alguno trágico, pero al fin y al cabo todos actuamos en la polifacética comedía de la vida. Y me gusta que gente o actores de esa comedia tal como tú, siempre vea el vaso medio lleno y si es de cabernet souvignon mucho mejor. Vicherrera
25-01-2017 No hay manera de evitar a los locos, porque todos lo estamos. Un abrazo. glori
25-01-2017 Ameno relato.UN ABRAZO. gafer
 
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