La niña no escribe versos, sino simples palabras de agradecimiento para sus padres que se lo han dado todo, desde su existencia para adelante. Y en su letrita párvula, expresa sin metáforas ni circunloquios todo ese manantial inspirado que surge de su cerebro.
Después, a los padres les llega la breve misiva y desde la comisura de sus labios se les va dibujando el orgullo, que es el impulso inmediato para tomar a la chicuela en andas y levantarla como un trofeo. Amor de padres y delectación suprema al constatar que esta semillita en ciernes ya comienza a dar sus primeros pasos en el tinglado de la vida. Por de pronto, decir las cosas es muy bueno, pero llevarlas al papel con armonía y acaso con su poco de estilo, es para que se le hinche el pecho a cualquiera.
-¿Venir es con b de burro o con v de ventana? -Pregunta la niña, que si bien no se pone de acuerdo con la ortografía, la inspiración le crece como si fuese parte de su anatomía.
La madre, que con dificultad escucha desde la cocina, contrapregunta:
-¿Se te asomó un burro a la ventana?
Y la chica, que siente que le están tomando su sedoso pelo, se levanta de su escritorio y corre hacia la cocina.
-¡Aaaah! -exclama la madre. Burro es con b y ventana con uve, así las diferenciarás.
Y después de esta breve lección, la niña, con sus ideas repicándole casi a la altura de sus orejas, continúa desembarcando en el papel a estas impetuosas viajeras que llegaron para quedarse.
Después de correcciones asistidas y otras remendadas por su incipiente acervo, el texto está listo, con borrones y frases tarjadas.
“Mamita, te quiero mucho y a mi papito tamién. Y tamién a mi aguelita y a mis tíos que los quiero mucho.”
Esta sencilla frase ahora engalana el dormitorio de sus padres y hasta enmarcarla quieren como testimonio de las primeras expresiones escritas de la niña.
Posiblemente, las ideas que surgen en la cabeza vienen sin faltas ortográficas. Y la niña pronto comprenderá que siempre es necesario acicalar, peinar y hasta hacerles un moñito a estas sugestiones que provienen del pensamiento, para que un burro no se asome a la ventana y que la palabra abuelita no tropiece con una letra ge y quede toda rasmillada. La palabra, no la abuelita.
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