Con la perseverancia y la seriedad de un ritual, acudía sin desmayo a la cita con su doble, a la que veía alzarse a lo alto de un castaño, plantado allí tras la ventana , al fondo del jardín de su casa. Mantenía una relación de amor-odio con esa mujer extraña, adicta a las alturas por miedo a las balas.
La exasperaban su voz casi dormida, en susurros, los pies varados, lo raro del lenguaje de su doble y en más de una ocasión quiso romper el cristal que las separaba y bajarla de los pelos de aquella rama alta; pero en otras ocasiones , la vencía la piedad hacia esa suerte de mendiga, aficionada a rozar la cabeza con las nubes, único lugar estratégico desde donde aún podía conservarse la ilusión de los sueños, cuando allá en el suelo no se vislumbraban más que puentes destruidos por la última guerra.
-¿Habría ese año una buena cosecha de castañas?-la oía preguntarse, pues las dudas también rondan las alturas.
Mientras , ella seguía su rutina laboral, sus compromisos con el supermercado, sus citas con sus amigos y el gimnasio, sin dejar de observar a aquella extraña figura disuelta en satén.
Septiembre 2007 |