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Esa de rojo

Llegó al burdel entrada la noche en ese pueblo olvidado por el progreso y desdeñado por los mapas. Apoyado en su bastón, con un morral colgado del hombro y un perro flaco a su lado, al abatir aquellas puertas, su olfato impactó con la mezcla añeja de un ambiente pesado conformado por orines, alcohol, perfume barato y sudor.

Una rockola tan vieja como el local y el pueblo mismo escupía canciones una tras otra, del Trío los Panchos, Agustín Lara o Javier Solís entre otros, al fondo en una esquina apenas se asomaba un pequeño árbol navideño adornado con escarcha vieja, pelo de ángel, una serie de foquitos rojos que de manera intermitente, encendían y apagaban.

Con cierta dificultad avanzó con su perro entre los clientes y las ficheras, al ser reconocido, una rasposa voz femenina le gritó: ¡Nicolás! ¡Por aquí!

Cambió el curso hacia donde lo llamaron, y al acercarse, una obesa mujer, la matrona del sitio, conocida solo como ‘la pestañas’ lo condujo hacia uno de los privados, después de saludarse hablaron del mal tiempo, con el frío metido en los huesos, dijo que el invierno había llegado más fuerte ese año, ella sonriendo contestó en burla:

--¡No te preocupes! el tiempo que pasarás aquí te mantendrás …bien caliente, para después soltar una sonora carcajada que llenó el cuartito, el perro por su parte ajeno a la charla y a la burla se alejó de su amo echándose en un rincón.

--¿Te ofrezco algo de tomar Nicolás?

--Solo agua,… ¿y mi encargo?

--Jajajajaja, caray Nico, luego luego a lo que vienes ¿verdad?

--¿La conseguiste como te dije, pestañas?

--¡Claro! es una chulada ¡y es virgen! …eso por supuesto, eleva el precio.

--El dinero no es problema…

De entre su morral sacó un pañuelo, en el venían envueltos unos billetes que le extendió. La gorda casi arrebatándoselos contó apresuradamente, para después guardarse el fajo sin pudor en el enorme busto.

--Espera aquí, ponte cómodo que ahorita te la mando.

Sentado en la cama escuchó el rechinar de las bisagras de aquella puerta abrirse y cerrarse casi en seguida, una voz menuda, casi tímida.

--Buenas noches.

Las palabras correspondían a una niña de 16 años, morena, de grandes ojos negros como aquella noche sin estrellas y con pelo lacio que le llovía en los hombros. El sin inmutarse, dejó el lecho para acomodarse en una fría silla de lámina plantada en un rincón del cuartucho aquel, le solicitó que se desnudara y tendiera boca abajo sobre la cama, ella obedeció, el miedo propio de las primerizas le hizo batallar, pero al fin desató el nudo posterior del blusón que la cubría, la prenda al caer al piso dejó al descubierto un cuerpo largo espigado.

Sin quitarle la vista al extraño, se despojó también de su tosca pantaleta, mientras el permanecía en la silla, al parecer sin prestarle atención, así que ella tomó sus prendas del suelo, con cuidado las acomodó a los pies del colchón, obediente a la indicación se tumbó como le habían solicitado.

Nicolás, sin prisa alguna, volvió a revisar su morral, de ahí extrajo un viejo paliacate que envolvía unas latas que fue destapando una a una, con cuidado impregnó las yemas de sus dedos en la crema rojiza que contenían, para después acercarse al cuerpo de la niña que lo esperaba.

Empezó con sus tobillos, de ahí a los pies. Extrañada al sentir aquella sustancia que le era untada, giró su cabeza con desconfianza. Como un artesano delineando una vasija, empezó a frotar con movimientos gentiles los largos muslos que remataban en unas nalgas firmes, ella comenzó a temblar, ‘la pestañas’ no dejó de aconsejarla en su primera vez en cuanto al trato que el cliente requiere, pero nunca la preparó para lo que le estaba haciendo aquel hombre.

Siguió sin decir nada por una espalda tersa y llana, al arribar al cuello notó que el temblor de ella aumentaba al igual que su respiración.

Se detuvo.

Recargándose nuevamente en la silla, una voz ronca y cansada salió de entre una descuidada barba tupida para decirle:

--Mira, no tienes de qué asustarte ya que no pienso hacerte daño, es más, ni siquiera pretendo tener sexo contigo.

--Debes creer que soy un viejo loco, pero no, soy un viejo triste al que la vida y la salud le han jugado mal.

Ella se tranquilizó un poco, el temblor cedió, se sentó en las almohadas al tiempo que abrazaba sus piernas mientras veía curiosa las partes de su cuerpo cubiertas con aquella pomada.

--Tengo un tumor aquí, dijo el hombre quitándose el sombrero y señalando una parte detrás de su cabeza, si es que puede operarse, no tengo los medios para hacerlo.

La niña frunció el ceño mientras se preguntaba en silencio la relación entre la desgracia de ese hombre con embadurnarla de quien sabe que cosa.

--Debido a ello he estado perdiendo la vista, al principio los objetos dejaron de ser brillantes, uno a uno, los colores han escapado de mis ojos, primero el azul, luego el verde, al último el amarillo, ahora solo puedo distinguir muy poco del color rojo que al cabo de unas semanas, huirá también para instalarme sin remedio en el exilio de la total oscuridad.

Cambió la mueca, arqueó las cejas para advertirlo derrotado e inmóvil, postrado en aquella dura silla metálica; parecía que cada palabra lo venciera, agachó la cabeza y con los brazos apoyados en sus piernas concluyó totalmente derrotado:

--La crema que estoy untándote es completamente natural, sólo tiene un pigmento vegetal que quitará el agua y jabón.

Lo único que pretendía era llevarme, como última imagen de mi vida, la belleza de un cuerpo femenino.

El cuartucho quedó en un prolongado silencio alterado por el generoso bostezo emitido por el perro flaco.

Posteriormente y sin aviso, Nicolás regresó de su letargo al sentir un par de manos pequeñas que tomaban las suyas con firmeza dirigiéndolas despacio al sitio donde dejó aquellos recipientes, notó que le llenaron los dedos con aquél betún para luego dirigirlos a un par de pechos firmes y erguidos con pezones de lima. Sin decir nada, delicadamente los masajeó, dio paso a los hombros, sin prisa siguió por los brazos, al llegar a las manos, no quedó claro quien entrelazó primero los dedos del otro.


…casi con cariño.


Después de una pausa, prosiguió con aquél suave y plano vientre, para encontrar por último aquella puerta que, aunque ya había pagado por su admisión, no iba a transgredir, únicamente se conformó al sentir con su mano la dulce tibieza de aquél lugar que por voluntad no sería suyo.

Terminaron abrazados en un suspiro compartido.



Se alejaba del lugar aquella noche negra como su vista, un largo llano separaba el burdel del pueblo, no llevaba más que su bastó, su morral, el perro flaco a su lado y las lágrimas en sus ojos. Daba pasos lentos, uno a la vez.

En algún momento escuchó una voz menuda, casi tímida que lo llamaba por su nombre, volteó para reconocer la borrosa silueta del cuerpo largo y espigado de una niña de 16 años, quien al darle alcance le dijo entusiasmada:

--Nicolás, espera, te traigo un regalo.

Lo tomó de los brazos, con cuidado le ayudó a sentarse en una piedra grande, al poco tiempo desde la parte de sus ojos que se negaba a dejar de funcionar vio aquel contorno que entre risas como la mejor música de fondo, bailaba en su sitio, su desnudez sólo era envuelta con una serie de foquitos rojos que de manera intermitente, encendían y apagaban.

Texto agregado el 24-01-2017, y leído por 218 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
26-01-2024 Interesante tu narrativa,lo haces ameno,siento que algo falta para hacer tu cuento redondito.Saludos! plumi
22-02-2017 Muy bueno tu texto, me preocupó el perro flaco, espero que el haya hecho travesuras...***** achachila
28-01-2017 mas allá de tecnicismos, me gusto mucho satini
27-01-2017 Rojo es un lindo color...en medio de un ambiente y personajes sombríos.estrellas. annablaum
25-01-2017 Un buen trabajo para ser de los primeros, a medida que vayas escribiéndo más te darás cuenta en forma natural lo que debes cambiar. Solo puedo aconsejarte que leas y escribas, acá en la página hay unos amateurs que deberían ser profesionales. Bien, seguiremos en contacto intercambiando puntos de vista. Saludos desde Iquique Chile. vejete_rockero-48
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