Es de noche. Por una calle donde transita un poco de gente, también transita el hombre más alto de toda la tierra. Va caminando entre ellos, solo. Ya quisiera dejar de caminar así, solo. Esa es su esperanza desde hace mucho tiempo. Hoy salió de su casa inclinando ostensiblemente la cabeza, arqueando la cintura complexa. Es su manera de salir al mundo. Un libro abierto acaba de dejar atrás, sobre su sofá más cómodo. Y también el café caliente en una taza. Pero ni bien sale a la calle y empieza a andar, siente que las veredas son incómodas para alguien como él, que a cada rato debe cuidar de no chocar su frente contra la rama inesperada de un árbol. Y también está el problema de los balcones, que uno tras otro pueden perjudicarle el asunto del arreglo personal, porque las plantas que de allí cuelgan le podrían alterar el laborioso peinado. Ni hablar si llegaran a estar cargadas de peligrosas espinas y lograran así arañarle la frente. Entonces aparecería la sangre. Y no hay otra cosa en el mundo que el hombre más alto de toda la tierra desconozca más que la sangre. Ya le sucedió una vez cuando era niño y todavía vivía en su tierra, de pasarse la mano por una parte lastimada del cuerpo y verla aparecer inequívocamente con los dedos manchados. Ese día sus padres lo curaron y por primera vez le dijeron aquella palabra, que al final resultó ser el nombre de un color, el rojo.
Hace poco que se mudó aquí. Por eso teme. Pero a pesar de sus miedos, a pesar de las burlas posibles y las admiraciones improbables, camina. Es un hecho, la ciudad está por ir a dormirse. Cualquier ladrón de zapatillas quisiera volverse millonario robándole su par de zapatos que, seguro, costarán una fortuna. ¿Hasta dónde podría llegar descalzo? Si por la vereda hay desperdigados todo tipo de obstáculos, excremento de perros, puntiagudas astillas de vidrio. Andar descalzo serviría únicamente para no despertar a esas pobres almas que duermen en el portal de una casa o a la entrada de un oscuro comercio. Aquí las estrellas únicamente consuelan. Él más que nadie se siente cerca de ellas. Y nunca se cansó de soñarlas. Ni siquiera cuando pasaron muchísimos días nublados.
Debe ser carísimo el amor, piensa el hombre más alto de toda la tierra. Pero la carta que lleva en su bolsillo es garantía de su existencia. Además la letra es fina, preciosa y perfilada, casi parece una sonata de Mozart. Y es una letra mucho más alta que el promedio, y eso sí vale como una gran esperanza.
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