-¿Crees que podamos enamorarnos algún día?
Eso fue lo primero que dijo ella, cuando se encontraron aquella tarde en el parque. La respuesta de Pancho fue clara y concisa: Si, aún más, yo creo que ya te amo. A esas palabras prosiguió un apasionado beso que fue el acta que los declaraba pololos.
Se habían conocido por Facebook, cuando ambos colocaron sus primeras fotografías y se presentaron virtualmente. Ella, profesora de castellano y él, incipiente escritor, separado hacía más de nueve años, coincidieron en tantas cosas que a ambos los acució la idea de conocerse personalmente. Pero, debieron aguardar bastante antes que el uno estuviera frente al otro.
Dina era demasiado enérgica y parecía tener el don de la ubicuidad. Él, en cambio, se movía con cautela, sus pasos eran prudentes y meditados. Acaso influyera en eso, un poco -muy poco, en todo caso- la herencia marcial de su familia, todos pertenecientes a las diversas ramas de las fuerzas armadas, salvo él, que prefirió la contemplación y el amor por la naturaleza.
Y así, conciliando el movimiento perpetuo de Dina con la apacibilidad de Pancho, lograron ajustarse de tal modo, que quien los viese, habría considerado que eran la pareja perfecta.
-Te amo, mi vida, nunca pensé en querer a nadie como a ti- decía ella.
-Te amo, ¿que más te puedo decir?-respondía él y la cubría con sus fornidos brazos.
Muchas parejas, en cualquier lugar del mundo, parecen inseparables, confluyen armoniosamente, creándose romances idílicos e historias que servirían para crear un volumen inolvidable. Pero, el amor es tan frágil como lo es un juramento, se quiebra del mismo modo como se pierde la confianza. Son demasiados los hombres que faltan a su compromiso y muchas las mujeres que se internan en vericuetos indeseados, miles de seres que pierden el norte de sus sueños y sucumben en mares tormentosos.
Pero Dina y Pancho protagonizaban un amor infinito e indivisible. Habían logrado salir adelante en todos los embates que les había opuesto la vida y con gran pasión, mucha ternura y sobre todo, con demasiada entrega, continuaban unidos en esa especie de dorada existencia.
Los científicos han asegurado que después de siete años de amor sublime, es natural que las parejas comiencen a soltar sus amarras, nace la desaprensión y empiezan las disputas. Son simples tonteras que, sin embargo, estorban de manera crucial, es la excusa natural del hombre que busca inconscientemente recuperar su independencia. Pues bien, algo de eso ocurrió con Dina y Pancho ya que discutían por nada y ella cerraba su puerta y se negaba a responder sus llamados. El hombre se encerraba en su cuarto y escribía sonetos trágicos. Al cabo, terminaban reconciliándose, pero, no faltaba que una minucia apareciera en sus vidas para desacomodarlo todo.
Hasta que una tarde, Dina le dijo a su hombre: -Ya no podemos seguir, lo nuestro es un infierno. Terminemos.
Pancho, se mordisqueó su labio superior y después de una larga pausa, respondió:
-Si. Es lo mejor. Pero, lo que hemos creado hasta hoy, debemos descrearlo.
La mujer lo miró con evidente curiosidad. -¿Des-crear qué?
Y Pancho, le explicó que para que no hubiese remordimientos ni nostalgia por lo vivido, era necesario que iniciaran un camino en reversa, deshaciendo besos, juramentos y la infinidad de momentos dichosos. Ella aceptó, ya que, después de todo, no había sido una mala relación en lo general.
Así que se desbesaron, se desquisieron y fueron desovillando todo lo ovillado, en el orden exacto en que se había tejido esa trama amorosa. Muchos pensarían que aquello era ocioso, ya que en estos casos, lo mejor es terminar, sin vuelta atrás. Pero, para ellos, esto se fue transformando en algo imperioso, ella necesitaba saldar este romance, como quien va guardando cada cosa en cada gaveta, cada beso en su lugar, cada palabra en el guión exacto. Él, a su vez, iba desgajándolo todo, para no quedar cautivo de su memoria, para volver al punto exacto en que comenzaría a ser él mismo.
Por lo que, agotados pero concentrados en des-apasionarse, continuaron desjuramentándose, desamándose, despidiéndose y sintiendo en su fuero interno que aquel romance retrocedía cada vez más aprisa.
Cuando llegaron al instante en que ella pronunció con voz titubeante, imitando la que aquella primera vez había pronunciado: -¿Crees que podamos enamorarnos algún día?, Pancho se dio cuenta que ya se había deshecho todo, hasta sus suspiros permanecían tronchados y agonizando en cualquier lugar irresoluto. Por lo tanto, completada la tarea de desenamoramiento, se voltearon para dirigirse a puntos diferentes, intentando creer que habían encontrado el punto exacto en donde las miradas y las palabras dejan de serlo. Era mágico, sin dudas, pero la investidura de aquella magia era tristísima, a no dudarlo.
-¿Crees que podamos enamorarnos algún día?- pensó Pancho que su mente repetía aquella pregunta, y que resonaría para siempre en su pensamiento. Pero, cuando se dio vuelta para constatar que esa frase sólo se había formado como un vulgar reflejo, se percató que Dina se dirigía hacia él, con una tierna sonrisa en su rostro.
Pancho, compungido, deseoso y renacido, respiró profundo, pero cuando expiró, de su boca brotó instantánea la respuesta: -Si, aún más, yo creo que ya te amo.
Y el beso, el beso recreado, con mayor pasión y con mejores auspicios, dio paso al sublime reovillamiento de aquel romance…
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