¿VALE LA PENA VOLVER A LA REALIDAD?






Leí y me interesé por una pregunta que se hace en un foro, que a mi entender no ha sido del todo bien aprovechado, ¿Valdría la pena volver a la realidad a los 94 años?

Lindo cuestionamiento, porque induce a otros más, sin la intención de “llegar al cielo” del razonamiento, es decir a filosofar, ámbito que debe estar reservado a las inteligencias superiores o al menos a quienes se lo creen así. Ubicado pues algunos escaños antes, en el de la reflexión, bajo el amparo de aquello que expresó Claude Bernard: “Un hombre común que descubre el hecho más sencillo sirve más a la Humanidad que el más grande filósofo del mundo”, me parece entonces que antes de intentar responder a la pregunta ¿Valdría la pena volver a la realidad a los 94 años?, habrá que tratar de contestar algunas otras interrogantes:

¿A qué realidad nos estamos refiriendo? Ya que la pérdida de la conciencia por alguna caída o por lo que fuere, es para muchos, también parte de la “realidad” Entonces a cuál de ellas se hace referencia. ¿Al aprovechamiento de nuestros sentidos y facultades en lo individual? ¿A la convivencia con nuestros seres queridos y con los demás? ¿A la “realidad” que el ser humano se forma ad hoc.? Porque si de la realidad se trata, la pregunta está de más. Ya que solo un segundo de vida consciente de cualquier individuo “en estado de alerta”, de la edad que sea, merece ser vivida. ¿Será por eso que al condenado a muerte se le concedía expresar su último deseo antes de la ejecución? O no fue acaso que Cristo sabedor de su realidad aprovechó los segundos postreros de su existencia terrenal para perdonar.

Una caída, puede sin duda abstraernos de la convivencia con los demás, pero nunca de la realidad. Incluso el sueño, sin embargo, acaso no pudo Jacob (Génesis 28,11-19) al despertar tras de haber soñado con “su escalera” encontrarle verdadero sentido a su vida. ¡Todos podemos o deberíamos al menos intentarlo! Subir uno tras otro en estado de alerta los peldaños del despertar, eso es, me parece, el misterio que hay que develar si queremos entretener a la muerte, para que nos quede al menos tiempo para arrepentirnos o reafirmar como aquél que con obcecación dice: “Nada me alcanza, ni el reino prometido, tampoco el castigo divino ante la grosera negativa de arrepentimiento, pues en el penúltimo aliento antes de la partida, de rodillas frente a Él, exclamaré convencido: ¡No me arrepiento de lo que he vivido! Esa es, para el tipo aquel... "su realidad"