Al año de morir su padre, su madre decidió internar a María en un colegio con el fin de darle una educación más esmerada. Tenía entonces la niña diez años. El inesperado suceso de la defunción de su padre y el alejamiento del nido familiar provocaron en la pequeña una quiebra que la hacía ensimismarse y llorar de continuo.
-Es la más llorona del colegio- le informaban a su madre las monjas cuando iba de visita.
Pese a la tristeza que le producía la ruptura con la vida aldeana, libre, su carácter sociable logró que pronto hiciera amigas.
-No llores. Si te distraes, olvidarás- le aconsejaba su amiga Josefina, una niña de piel morena y cabello ensortijado.
Hablaba la voz de la experiencia. Josefina, hija de emigrantes en Alemania, estaba interna desde los tres años porque sus padres , que siempre pensaron regresar, no querían alejarla del país natal.
A María eso del olvido no acababa de convencerla por lo que a menudo abandonaba los juegos y se iba a un rincón porque no quería olvidar. No quería olvidar a sus padres,a su familia , a sus amigos; no quería olvidar las tardes en el río pescando renacuajos; no quería olvidar los picnic en el campo; no quería olvidar el canto de los grillos ni la luz de las amanecidas de nieve...
Ya de mayor le quedó esa predisposición a salvar los recuerdos mediante el ejercicio de la memoria.Es por eso por lo que a veces se retira a la soledad de su cuarto y escribe cuentos.