Solo, muy solo con los muertos
en el silencio recóndito de la noche
Jonathan era el guardián de la morgue
indolente, dormitaba en un cuarto,
ni crujidos de puertas desvencijadas
ni ventoleras misteriosas ni quejidos,
nada lo sacaba del profundo reposo,
él se dormía en el más prolífico de los sueños
ronquidos y suspiros, interjecciones oníricas.

Al día siguiente, abrió sus ojillos malévolos
sabiéndose el único con dicho privilegio,
los cadáveres descansaban sin entrañas
en esa antesala penumbrosa y gélida
pero no, Jonathan había urdido una trama
y la desarrollaría en esta fría madrugada
sin que el timbre de la puerta importunase
así fuese la misma parca la que golpease.

Y asió entre sus brazos a una bella muerta
cadáver impoluto por el hielo de la cámara
y la colocó sobre una alfombra descolorida,
nada importaba, púsole un antifaz de seda
que la transfiguró en una estatua nivea
y Jonathan armado de su cámara Rolleiflex
dispara acicateado cual diligente reportero
sobre el cadáver modelo que en sus ojos sin luz
pudiera reflejarse de la manera más expresiva
la triste e inmisericorde sensualidad de la muerte.

Esas imágenes las vendió a una revista
y recibió dinero en cantidades lujuriosas,
en esa edición muy lujosamente impresa
aparece la nueva diva, la misteriosa dama,
admiradores y audaces pretenden conocerla
piden sus datos, su vida, su número de celular,
Jonathan ríe a carcajadas por la estulticia humana,
se burla de los vivos y también de los muertos.

Día a día van surgiendo nuevas modelos,
cada una de ellas más bella y misteriosa
Jonathan, mucho dinero se ha propiciado
y su corazón se ha endurecido como el acero.

Esta vez ha llegado una hermosa doncella,
fallecida aquella tarde por sedación excesiva,
el corazón del cruel hombre tambalea
y, cosa rara, se conmisera con la muchacha,
pero es tan bella con sus facciones de marfil
que él debe plasmarla en radiantes fotografías.

Y pasa un largo rato retratando a la joven occisa
con el antifaz de la muerte en su rostro,
estas imágenes se quedarán en su colección
no las ofrecerá ni por todo el oro del mundo,
pero, ¿qué sucede? La mujer ha movido una mano,
Jonathan lo atribuye a un reflejo tardío, hasta sonríe,
pero ahora ha movido un pie, el hombre duda,
la muerta abre sus ojos y lo contempla fijamente,
Jonathan, el mercenario, se desgañita y corre,
el terror es un traje ceñido sobre su vulgar cuerpo.
escapa de la morgue y de las tinieblas de la muerte
y son muchas sombras las que lo persiguen,
grita desaforado por esas tantos occisos que resucitaron
pero un automóvil que cruza raudo, lo impacta,
lo precipita sobre el pavimento resbaladizo
y allí queda inerte y despaturrado el cuidador de muertos.

Yace ahora Jonathan en una cama de hospital
no mueve un músculo de su cuerpo y parece
más muerto de los tantos que él cuidaba, ¿cuidaba?
sus ojos cerrados y sus labios inmóviles para siempre
si hubiera intuido que sólo un detalle, un fatal detalle
la bella muerta, aquella por la que su corazón latía
hermana desconsolada de una que fue modelo,
con antifaz, con estilo, pero sin alma y una cicatriz
fue reconocida en la revista lujosa de bella edición
y confabuló con la policía para detener este crimen
pero Jonathan ya escapó para siempre de la justicia
y ahora es una estatua inmóvil en un triste lecho
acaso con alguna peregrina afirmación quemándole su mente:
con los vivos no se juega, mucho menos con los muertos.