Mamá era guapísima: alta, delgada, morena y con unos preciosos ojos verdes con puntitos negros , a lo Elisabeth Taylor. Aún hoy, ya entrada en años, le siguen piropeando su apostura.
Yo me sentía orgullosa y humillada cuando de adolescente todo el mundo me recordaba la belleza de mi madre:
-Tú eres guapa pero tu madre...-me decían.
Aún recuerdo lo bella que lucía el día de mi Primera Comunión, embutida en un vesdido precioso de piqué verde hierba y calzada con sus zapatitos de tacón.
Guapa, generosa,alegre, sociable, enérgica y de gran inteligencia natural, diría yo.
No fue fácil la vida de mamá. Se quedó viuda a muy temprana edad. La repentina muerte de papá la sumió en una honda depresión.
-Yo me quiero morir- decía postrada en cama en aquellos duros días, en que viendo que la medicina fracasaba a la hora de curar su alma, se entregó a los cuidados de curanderos. Siempre había tarros de hierbas de Santiveri en la despensa de casa.
Y es que mamá y papá se querían mucho.
A la muerte de papá, me mandó a un colegio a una ciudad cercana pues quería tener una hija instruida.
-Siempre añoré no saber más, especialmente de historia-me confidenció siempre.
Y yo siempre he envidiado su mucho saber: mi madre cocina como nadie; mi madre borda con primor; mi madre es limpia como los chorros del oro; mi madre sabe de campo como el más sabio agricultor. Ella es , aún a día de hoy, la perfecta ama de casa.
Volvió a demostrarnos su fuerza y su capacidad de entrega cuando, de nuevo casada en segundas nupcias, tuvo que enfrentarse al alzheimer de su segundo marido, un hombre bueno que la sacó del encierro de la viudedad en que quedó sumida a la muerte de papá. Un hombre bueno que quedó prendado de su belleza, cuando la veía desde el río, como una grácil amazona, montada a caballo por el monte.
En ese segundo matrimonio, hasta que enfermó su cónyuge, la vida le dio una tregua y pudo disfrutar de ella.
Hoy vive conmigo. Siempre está ahí para tendernos una mano. Cierto que tiene el carácter de un general, sin duda tallado a hierro por los golpes de la vida ; pero yo la quiero tanto que le temo al día en que tenga que enfrentarme a una segunda orfandad. |