Cuando eran pequeñas, en el internado, mediados los años setenta, eran habituales los pequeños robos: ropa, dinero, libros...
En aquella ocasión le habían desaparecido cien pesetas a una de las internas mayores, una chica que salía del colegio para hacer bachillerato en el instituto.
Sor Dionisia, ríspida mujer de carácter, se erigió en justiciera del caso: no se acostarían ni , incluso, irían de vacaciones de Navidad a casa hasta que no apareciera la responsable del hurto.
El interrogatorio se produjo en una salita aneja a la sala de costura. Fueron desfilando todas, en solitario, ante la mirada severa de la monja, que había dado su palabra de que no quebrantaría el secreto de confesión.
-¿Fuiste tú?-le preguntó a Pilar cuando le tocó su turno.
-Yo no fui, lo juro- confesaba su inocencia la niña, atemorizada.
Y seguía el interrogatorio.
Rozaban ya las dos de la mañana cuando Anita le dijo a Pilar que iba a declarar que fue ella , cualquier cosa antes de quedarse sin vacaciones en el colegio.
-Si no fuiste tú, no hagas eso-le advirtió Pilar.
-Yo no he sido. Pero no quiero comerme en este antro los turrones-dijo Anita categórica.
Y así fue cómo Anita se confesó culpable de un delito posiblemente no cometido.
Eran las tres de la mañana cuando, acabadas las pesquisas,las niñas se encaminaron a sus respectivas habitaciones.
A los pocos dias, Sor Dionisia llamó a capítulo a Pilar.
-No deberías ser amiga de Anita. Ella fue la que robó las cien pesetas.
Pilar sintió más la traición de la monja a la palabra dada que la posibilidad de que su amiga fuera en verdad la cleptómana.
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