No digas nada,
no habrá riñas ni excusas,
no habrá que pensar tanto
cuando el cuerpo se alucine de amor
y de dulces locuras.
Mi cómplice,
mi fiel amigo,
mi apasionado amante,
mi payaso de semblante lánguido,
¿Cómo has podido traspasar los límites
que separaban al corazón, del otro lado del daño?
Antes de tu reaparición
tenia apagada la piel y el alma,
se me acumuló polvo en las manos,
éstas,
que se aferraron a tus hombros
en la noche mansa.
Infante alborotado,
huérfanos
de afectos y de sueños prestados,
niños prudentes y juiciosos
al desamparo del escarnio.
Tantos años de mirarnos sin abrir los ojos,
tantas lunas que se vaciaron
en la rebeldía de tus despojos,
tanto amor que no nos dimos
y lo vimos como un estorbo.
En la incitación de cada beso,
en la búsqueda donde yacía nuestra sanación,
como premonición del reencuentro,
nos descubrimos el rostro
para cicatrizar cada herida,
y en el sabor de tu Ser
me llené de un sorbo las pupilas,
éstas,
que por vos hallaban su luz y se encendían,
a merced de ¡tanta vida!
que para la desdicha del querer
no nos ofreció garantías.
|